Sé que soy un saco lleno de defectos. Sé también que poseo algunas cualidades. Creo que me conozco. Creo que sé de qué pie cojeo y cuál es la piedra con la que sigo tropezando así me hayan dicho más de cien veces que ya no haga las mismas pendejadas. Así me hayan tonteado, preguntando si acaso soy así de imbécil y vuelvo a hacer lo mismo.
Dicen también –las buenas lenguas de las buenas conciencias– que uno no debe tomarse las cosas personales. Que las cosas sólo nos hacen daño si nosotros dejamos que así suceda. Que deberíamos dejar que las cosas pasaran sin que nuestra piel se manchase siquiera con la sombra de una duda mal venida.
Pero aquí sigo. Sintiéndome por cosas que alguien me hace o que alguien hace sin intención pero que a mí me lastiman. Tomándome las cosas personales porque no veo que haya otra puta manera de tomarlas si son dirigidas milimétricamente hacia mí. Ofendiéndome por cosas que fueron hechas sin esa intención pero que tampoco fueron cuidadas para que no las malinterpretara.
Sé cómo son las cosas y sé cómo deberían ser. Pero también sé quién soy y las cosas que me duelen.
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