jueves, 30 de junio de 2016

Yo antes de ti




Debo reconocer que me metí a esa sala del cine casi exclusivamente para ver a Emilia Clarke (soy un mortal de gustos simples, un pervertido cualquiera), aunque tenía también un cierto interés por ver cómo iba esta nueva película romántica. Pero en realidad no esperaba más que otro producto afín a los que se maquilan compulsivamente en las productoras fílmicas.

Sin embargo, he abandonado la sala del cine –reencontrándome con una pertinaz lluvia– con una sonrisa en los labios, un exceso de agua en el ojo izquierdo que por alguna razón no quiso convertirse en lágrimas y la satisfacción que te deja en el alma una sorpresa “ciniestra”, sobre todo esa sorpresa que no esperabas llevarte.

Sabía que la cinta era la adaptación de una exitosa novela amorosa, pero eso no es garantía de nada en los tiempos actuales (50 sombras de qué). El fortuito encuentro se dio por mi cinefilia y mi rechazo a la secuela del Día de la independencia; aunque ya he dicho antes que soy un tipo cursi (por suerte mi contraparte es ruda y la dispareja se empareja) así que existía cierta atracción por la película de la señorita Clarke.

Me encantó la película.

Me encantó esa parte de la eutanasia y cómo fue tratada, me encantaron todas las formas posibles en que Emilia Clarke puede arquear las cejas sonriendo, pero sobre todo, me encantó que la historia no se traicionara en pos de un final feliz, de esos en los que el amor vence todo, porque en realidad no es así.

Fue una muy grata sorpresa. De esas que a veces llegan y te hacen sonreír.



lunes, 27 de junio de 2016

La pasión futbolera II


A mí me domina la pasión futbolera. Debo decirlo. Me puedo poner muy triste cuando mi equipo pierde, puedo gritar emocionadísimo cuando mi equipo anota o queda campeón hasta joderme la voz; puedo gritarle una serie de ofensas malaleche al árbitro cuando no ha marcado lo que a lo lejos parece una falta para el jugador de mi equipo (hijo de tu reputísima madre, por ejemplo).

Puedo racionalizar y analizar todo lo que quiera, pero el día del partido de México en el Mundial estoy ahí puesto frente al televisor echando porras y esperando que ahora sí trascienda el equipo y que la fortuna no se ría nuevamente a nuestras costillas. Ahí estuve, estallando de emoción y felicidad cuando el equipo le ganó el oro olímpico al Brasil de Neymar y sus compañeros estrellas.

Y entre mis deportistas admirados está Lionel Messi. Esperaba verlo coronarse en Brasil para que a Pelé le diera diarrea dos semanas. Creo que Diego era mejor jugador, pero también que es difícil comparar a jugadores de diferentes épocas, y además, por qué tendría que ser el mejor, qué lo obliga a ello.

Me entristeció que fallara su penalti, eso le da leña a quienes buscan minimizarlo bajo toda circunstancia y lo atacan por no ser campeón en un deporte donde hay otros diez pelotudos en la cancha jugando a su lado, diez pelotudos a los que sí se les permite fallar y cagarla cuantas veces quieran. Si Higuaín no fuera el imbécil que es Argentina sería campeón del mundo y de América, pero siempre hay que culpar al pequeño genio de Cataluña (digo, ahí es donde ha vivido casi toda su vida). Me pregunto también por qué Di María se lesiona a la hora de los torneos importantes.

Sólo algo nacido de mi pasión futbolera, esa que mucha gente no entiende ni podrá jamás. La que sólo se vive y no necesita explicaciones.


martes, 21 de junio de 2016

La pruebita del amor



 Es difícil expresar lo que siento. Una felicidad extraordinaria y enorme que apenas me cabe en el cuerpo, que no se muestra en mi sonrisa porque nunca he sido muy sonriente; “gestudo” me llamaba mi padre. Una felicidad extraordinaria que convive codo a codo con el miedo más intenso, entrelazados e indivisibles, como un todo que habita mis entrañas y paraliza mis pensamientos. Ese miedo a que todo se termine, ese pavor a que un día cualquiera, “no sé cómo, ni sé con qué pretexto” se deshaga de mí. Porque aprendí que nada dura para siempre, y la felicidad menos, siempre propensa a envidias y autosabotajes, dependiente de dos, de una pareja, que “sabrá dios” si jalará parejo, si aguantará parejo, si amará parejo, y si tiene el mismo deseo de permanecer allí. En este caso el entrelazado si es divisible, en ocasiones de manera brutal.
Pero ahí estás: esperando lo mejor, deseando lo mejor, anhelándolo con todas tus fuerzas, y aunque eres un cobarde no eres tan estúpido para no saber que el peor error es vivir con miedo, sobre todo amar con miedo, sin entregarte al cien; que uno es feliz amando a ese alguien que también dice amarte, aunque no sepas de cierto qué tanta verdad existe en esas palabras edulcoradas de los enamorados, porque ni siquiera sabes si lo que sientes es verdad o corresponde tan sólo al maquillaje embustero del enamoramiento. Sí, te da miedo, pero decides creértela y sentirte especial por una puta vez en tu vida y pensar que te mereces un amor de película, de esos que sólo la muerte separa, que separa a medias, porque esos amores están por encima de cualquier cosa, de todo y de nada.
Pero no quieres engañarte ni engañarla, que no diga después que le dieron gato por liebre, caballero por patán, librepensador por prejuicioso. Y decidiste hablarle de todos tus defectos, de tu pasado, tus prejuicios, tus traumas y frustraciones, quieres que vea al monstruo en su totalidad y decida si lo mejor sea retirarse sin recibir tanto daño. Aunque los defectos siempre son menos oscuros platicaditos, contados e incluso matizados a la conveniencia del juzgado, sin testigos no hay réplica ni contradicciones, nadie puede decir si exagero o miento, buscando su compasión, comprensión y amor, que la simpatía parece que la tengo ganada. El monstruo verdadero es más letal del que cuentan las historias. La historia la escriben los vencedores, nunca los vencidos, ni los agredidos, las víctimas de una humillación. Siguen su vida por ahí, cargando sus cicatrices, como todos.
Imaginas tantas posibilidades de felicidad, que ni siquiera puedes decidirte por una. Allí estás como idiota haciendo planes para el futuro. Has oído tantas veces que si piensas las cosas, éstas pasan, que tú mismo las proyectas, las sentencias, las decretas. Que el poder de la mente es infinito y que querer es poder. Aunque siempre se te ha dado más caminar por el lado de la acera de los pesimistas, de los que ponen peros a todo y nunca ven el blanco blanco, siempre viendo matices grises. Pero recordemos que estás enculado, enamorado, eso ayuda a dormir al amargado de los peros, lo entretiene al menos. Finalmente, cursi has sido toda tu vida y el amargado que te aconseja también, aunque ambos lo nieguen. La posibilidad de ser feliz con alguien te ilusiona, que hayan lamido juntos tus heridas te da fuerza, que conozca los indicios del monstruo y no huya te da motivos para sonreír, así si tu sonrisa es algo torpe todavía. Que detenga tus lágrimas cuando surcaban tu mejilla, apropiándoselas, compartiéndolas, te alienta a seguir armando historias felices, al menos lo más felices que se pueda, en este mundo de mierda donde todavía siguen naciendo flores en camellones descuidados, entre basura. De esas flores de banqueta que a veces arrancabas para obsequiar a tu madre, cuando desconocías por completo el pesimismo.
Pero si bien hablan de decretar cosas y tomar las riendas de tu vida a través de tu mente y su infinito poder, también flota en el aire con toda la fuerza de que es capaz aquella sentencia lapidaria que dice que si quieres hacer reír a dios, le cuentes tus planes. Y aquí no vale ser ateo, este dios puede ser el destino, la casualidad o la desgracia de una serie de actos desencadenados por otros previos. ¿Y entonces? ¿A quién hacerle caso? A la mente positiva omnipotente que materializa todo o al caprichoso diosdestino que se ríe a nuestras costillas, estropeando nuestros planes por deporte, por el puro gusto de mirar nuestra cara de imbéciles, que no pueden creer como “el secreto” no funcionó como nos platicaron.
Aun así, vale la pena anclarse a los sueños y esperanzas de un venturoso futuro con esta mujer que parece ser el complemento necesario que le dé algo de orden a tu alma. Vale la pena creer que es la indicada, a la que no hubo que impresionar con poses falsas y mamonas, la que te obsequió su sonrisa sin tener que fingir que eras alguien mejor de lo que eres, menos fracturado, menos vulnerable, menos defectuoso. Vale la pena enfrentar a la rutina, vale la pena tomar su mano y saltar al vacío.
Besar a alguien por primera vez, mirarte en sus ojos que parecen ser igual de felices que los tuyos, tocar su cuerpo, acariciarlo con la mezcla exacta de ternura y pasión, abrazarte a su cintura y no pensar en nada más, porque nada más importa. Pasar más tiempo en sus brazos, compartiendo saliva en besos interminables, que hablando, ya habrá tiempo para hablar, para pelear también. La primera vez que la desnudas y un pequeño dejo de vergüenza embellece un poco más su rostro, esa timidez que te muestra a la niña que vive dentro todavía, para fortuna tuya, para fortuna de los dos. Tu boca sedienta de dejar constancia de que toda su anatomía es venerada, tus manos llenas de caricias inacabables, recorriéndola, conociéndola, amándola. Ese deseo irrevocable por hacer y hacerse y volver una y otra y una vez más a hacerse el amor. Todos los días, todas las veces posibles.
La rutina espera en el umbral de la puerta, paciente y confianzuda. La primera vez se oxida pronto, a veces demasiado. Cuando hay suerte y empatía se extiende un poco más, pero igual se opaca, no igual, no de la misma manera, pero perderá su brillo. Los juguetes nuevos, motivo de una dicha indescriptible, meses después conviven arrumbados con polvo y bichos, han sido remplazados. No es el caso. Una mujer no es un juguete, a pesar de lo bien que lo puede uno pasar en su compañía. Lo lúdico está presente en ambos casos. Y cuando te ves con ella envejeciendo juntos, compartiendo una vida a su lado, nunca piensas en un reemplazo, pero la novedad, el delicioso escalofrío del primer beso y la primera vez que tomaste su mano o su cintura, ya no podrán repetirse, archivadas se encuentran –si bien les va– en un privilegiado lugar de nuestros recuerdos, junto a todas esas cosas que desearíamos volver a vivir.
Me parece muy jodido todo esto. Me refiero a la pérdida de la primera vez. Se pueden construir muchas cosas en una relación, pero esa idílica vez primera estuvo siempre condenada a la extinción, un borroso recuerdo en el mejor de los casos. Que la costumbre se vuelva más fuerte que el amor es igualmente jodido y real, mezclar amor por compañía, este alguien especial, cada vez menos especial, que nos acepta como somos y nos ama, a pesar de conocernos y de haber descubierto a esos monstruos camuflados de los que habíamos hablado, y ahí sigue estoica, sabiendo que cojeamos del mismo pie y que es amada de la misma forma, sin querer cambiarla, como debe ser. Fuimos timados cuando nos vendieron el amor, el charlatán lo envolvió en terciopelo y todos fuimos como imbéciles a comprarlo, creyendo ilusamente que así era, perfecto e incorruptible. Nos bebimos completitos el cuento de las almas gemelas, el amor a primera vista y el felices para siempre. Ahí siguen, junto a nuestros prejuicios más arraigados –que nos apenan y nos sorprenden por igual–, acurrucados y empecinados en no irse jamás, se encuentran comodísimos.
Viéndolo así, pienso que ésta puede ser la razón principal de una infidelidad, o al menos una razón muy poderosa: experimentar de nuevo, una vez más, esa preciada primera vez, aderezada esta vez además, por la extravagante pimienta de lo prohibido, oscuro ingrediente que catapulta el sabor buscado y lo convierte en fruto más que apetecible. Por eso creo que es muy tonta la gente que piensa que cuando alguien es infiel es porque busca a alguien con mayor atractivo físico que su actual pareja, y que critican ferozmente el hecho de que la otra, sea en su opinión fea en comparación con quien ha sufrido el agravio. El asunto no va por ahí. Para mirar personas atractivas están la televisión, la calle, el día a día; ésta otra mujer es proveedora de algo que ya no se tiene en la relación, sea lo que sea, y no tiene nada que ver con su atractivo físico. O es simplemente la responsable de una nueva primera vez.
¿Quién resiste la pícara mirada de una sonrisa cargada de novedad? ¿Quién puede reprimir los ademanes y el lenguaje corporal provocados por la atracción física de un bello espécimen del sexo opuesto? El coqueteo involuntario, por simple instinto, porque te encuentras ante la agradabilísima presencia de una hembra atractiva; siempre hemos sido así, acomedidos ante la belleza, endebles a un pestañeo. Y el problema no es el comportamiento donjuanesco, ese se nos da a todos, el problema es recibir una respuesta afirmativa al –hasta ese momento inofensivo– galanteo: un guiño, una sonrisa, un toque en el brazo que prepara una erección. El problema es que el amor de tu vida se deje seducir por este galante mentiroso que hará todo lo que pueda por llevarla a su cama, que esa belleza y esos ojos y esas nalgas y esas piernas que ya no te cautivan porque jodidamente te acostumbraste a verla y a tenerla, puede ser el objeto de deseo de tantos y tantos hombres que tienen contacto con ella. Y paralelamente ella también se acostumbró a ti, y quién sabe qué tan cansada se encuentre de ti, de tus manías, de tus obsesiones, de tu puto carácter que te hace explotar por pendejadas. Que te ha visto cagar y vomitar, enfermo y lleno de mocos, que te ha visto llorando como niño despojado de toda hombría, totalmente vulnerable, que ha visto tu peor cara mientras otros sólo buscan mostrarle la mejor.
Siendo sincero, no me atormenta el hecho de que pueda meterse a la cama con alguien más –cada uno es libre de hacer su voluntad–, de que caiga en las redes de un cínico seductor; sólo que no quiero saberlo (no quiero enfrentar eso nuevamente). Si lo llegara a hacer, si ya lo ha hecho, no quiero enterarme. Ojos que no ven no sufren, no derraman lágrimas, ni germinan el deseo de venganza. La ignorancia es la mejor amiga. Ojo por ojo nos condena a un mundo de ciegos, repletos de cicatrices, pudriéndonos el alma. Nuestra especie es estúpida por naturaleza, muy racional sí, demasiado inteligente en ciertos casos, pero muy estúpida también. El hubiera –o el no hubiera– existe mucho más que otros tiempos verbales y el arrepentimiento visita y pernocta en muchas conciencias. Cuántas cosas desearíamos no haber hecho, no haber dicho, no haber pensado incluso. Cuántas veces no hemos extrañado la cordura y racionalidad que tanto cacarean algunos, cuántas veces nos ha abandonado la prudencia, dominada totalmente por el instinto y la calentura, por una revancha que nos dé poder y superioridad instantáneos y fugaces, que en la humillación del otro nos haga sentir un placer maligno y vil, que después muta en culpa y remordimiento.
Me pasó una vez y fue devastador para ambos.
         “La inesperada virtud de la ignorancia”. Bendito el ignorante, el que no sabe, el que no se atormenta con preguntas que no puede responder, o que responde fatalmente, con los peores escenarios y las más nefastas posibilidades. El que es feliz en su desconocimiento. Ese ignorante que vive su día a día, sin esperanzarse con un futuro feliz, relativamente feliz, me refiero; con ciertas alegrías que puedan opacar el gris casi monocromático de todos los días: la risa contagiosa ante el pedo largo y sonoro cuando ninguno lo esperaba, la confusión y la carcajada al escuchar algo disparatado y sin sentido, el meme compartido, tan estúpido y risible, esas risotadas sinceras, grandiosas. Ese que no piensa en un futuro al que quizá no llegue, que no se atormenta con las posibilidades de cada cosa, que no se cansa pensando. Que puede creer que con sus rezos y plegarias recibirá la ayuda requerida, que se siente escuchado y cobijado por ese dios que lo ama a pesar de conocerlo, porque es su hijo y su hermano a la vez. Ese hombre que se siente resguardado tras recitar apurado una oración.

lunes, 20 de junio de 2016

Mi libro


El día llegó. Ya está publicado mi libro. Ya lo tengo en las manos. Ya lo hojeé, ya lo olí, ya lo sentí.

Y aunque el texto estaba listo desde hace varios meses decidí aventurarme con algunas editoriales locales para ver si lo podía publicar de esa forma, es obvio que con nulos resultados. También lo inscribí a un concurso del que se dieron resultados en marzo de este año. Finalmente lo autopubliqué, y sé que pude hacerlo así desde un inicio, pero quería intentar ese otro camino, quizá por pura vanidad.

Ya está aquí, listo para que lo lean.

Es para ustedes, en mucho fue por ustedes. Para los que están aquí desde hace más de dos años, los que permanecen y los que andan en otras cosas; para los que están conmigo en este feliz viaje de contarnos y decirnos, y conocernos de paso; para los que recientemente el bendito internet nos ha posibilitado el feliz encuentro, los que han llegado al blog por pura casualidad, causalidad.

Ha sido un viaje, un gran viaje: intenso, grandioso, inimaginable. En él está parte de mi alma, de mi ser. Es un hijo al que sí parí (ríome). Recuerdo esas primeras líneas que ya tenían este propósito, las dudas, los peros.

Agradezco infinitamente a Gavrí Akhenazi por su apoyo y por su tiempo, por su interés desinteresado y por su amistad. Te quiero cuervo.

Y como dijera Nefer Munguía, pasen a leer.



El libro está disponible en formato impreso y en ebook en Amazon, esperando por ustedes.

viernes, 17 de junio de 2016

Nosotros los perdedores


Nosotros también existimos, aunque no hagan películas sobre nuestras vidas. Somos los cobardes, los débiles, los pusilánimes, los conformistas; esos que no tienen revelaciones ni cambian para ser ese alguien que se supone que todos queremos ser.

Nunca somos los héroes, jamás protagonizaremos un drama o una epopeya. Aunque sí estamos. Nos necesitan para el relleno de las historias, para llenar el cuadro con estos rostros sin rostro, estos cuerpos que van de un lado al otro sin propósito aparente. Podemos ser un amigo del héroe si bien nos va. O ser el contrapunto que requieren las historias, el perdedor que potencia aún más todas las cualidades del contundente ganador.

Te imaginas si todos fuéramos ganadores, si todos tuviéramos la fuerza para sobreponernos a cualquier tragedia o perturbación personal, a cualquier cosa, y brillar con un esplendor maravilloso. ¿A quién embaucarían los charlatanes? ¿A quién? Si no existiéramos los depresivos, los temerosos, los resignados, los que dicen que no podemos ver más allá de nuestra nariz. Los que no tenemos pensado salir de nuestra "zona de confort” así no sea cómoda en lo absoluto.

¿Cómo sería el mundo si todos fuéramos triunfadores en potencia? ¿Cómo, si no existiéramos los perdedores buenos para nada?

martes, 14 de junio de 2016

Nosotros y Ustedes



La gran diferencia entre Ustedes y Nosotros es que Nosotros siempre tenemos la razón mientras Ustedes siempre están equivocados. Nosotros los Comunes que nos creemos los Normales. Así que serán Anormales todos los que no se comporten o piensen como Nosotros, por lo que tenemos el derecho, mejor dicho, la obligación, de burlarnos de Ustedes por ser tan distintos a Nosotros, por estar equivocados, por no saber distinguir cómo es la realidad y cuáles son sus verdades.

La verdad que dice que dios creó a Eva de la costilla de Adán y que la virgen María procreó a Jesús sin que su vagina se abriera para ello; ese dios nuestro único y verdadero, creador del universo. Nos dan lástima Ustedes que adoran a sus falsos dioses, pobres, arderán en el infierno. La verdad que dice que la homosexualidad es una anormalidad aberrante porque la biblia lo dice y que esos Anormales no pueden tener los derechos que tenemos Nosotros los Normales.

La verdad que dice que la ideología, el partido político y el equipo de futbol que prefiere mi familia son los adecuados, los mejores y los únicos válidos.



La verdad que nos distingue a Nosotros de Ustedes, pobrecitos, tan equivocados.

martes, 7 de junio de 2016

Una noche con estrellas



Me ha fascinado esta imagen. La reconocí al instante, soy fanático del pintor de una sola oreja. Creo que al ser alguien que pinta –o que lo ha hecho, porque ya lo hago en raras ocasiones– me maravilla más ver las cosas que retrató en sus lienzos Vincent Van Gogh.

Sé que esta imagen es la mera representación de lo que él pudiera haber presenciado aquella noche en que nació esa mágica pintura, sólo eso, pero me ha gustado mucho lo que ha representado este artista. Vincent maravillado ante la majestuosa noche.

Creo que era uno de los pocos locos reales. Aferrado a su pasión, pintando horas y horas a lo largo de los días, sin importar que a nadie le interesara adquirir su obra y que sólo su hermano lo respaldara. Un gran loco. Me gustaría saber si de alguna manera su espíritu se pudo enterar de en lo que se convirtió su obra años después de su muerte.

Una vez, en el segundo año de la preparatoria hice una copia de su noche estrellada con lápiz. Me gustó muchísimo como quedó y me hubiera gustado conservarla, no sé si la maestra la habrá desechado o no. Jodido misterio.

lunes, 6 de junio de 2016

Un miedoso



Siempre he sido un miedoso. Un cobarde. No habita en mi sangre esa persona intrépida que se atreve a cualquier cosa. El héroe de la historia. Miedo al agua, miedo a mis padres, miedo al ridículo, miedo al dolor. Tantos miedos acumulados en el desván, uno sobre otro, todos presentes, acechando, esperando su momento.

El miedo al agua en la alberca, el pavor. Si me vuelves a traer me voy a ahogar. No lo recuerdo, pero dice mi madre que eso le dije. Sí recuerdo el miedo de algunos años después, en las clases de natación: un miedo paralizante. No puedo explicar la sensación que me invadía para no hacer lo que todos debíamos hacer: sumergirnos en el agua, pero esta vez sin tomarnos de la orilla. Había que repetir los buzos previos, pero ahora solos. Pero… qué tal que no era algo tan seguro y me hundía. Hice trampa, por suerte no fui descubierto, cosa que también me atemorizaba: ser descubierto y exhibido ante todos los demás. Fue hasta la tercera ejecución, que, quizá al ver que era seguro, ya que nadie se ahogó ni sufrió ningún percance, que me animé a intentarlo. Una, dos, tres: estoy bajo el agua, flotando, es maravilloso, es genial, no ha pasado nada. Supongo que una sonrisa vestía mi rostro al sacar la cabeza del agua, al menos la cara de atemorizado de unos instantes antes debió haber desaparecido. No pasó nada.

Lo mismo ocurrió la primera vez que debíamos saltar a la alberca, así, sin nada que nos protegiera. Me puse al final de la fila intentando que nadie se percatara de lo aterrado que me sentía, y pude pasar desapercibido. Todos saltaron, todos menos yo. Nadie notó mi ausencia en los saltos, la perfecta invisibilidad. Pero repetir la cobardía no iba a ser fácil, algún compañero lo notaría, así que tuve que saltar; lleno de miedo, miedo y adrenalina amalgamados dentro de mí. ¡Plash! Caí en el agua. Sentí una sensación increíble, de libertad, de diversión. Un éxtasis desconocido.

Tampoco pasó nada. Mi miedo era una estupidez. Pero casi todos lo son.