La gran ironía de la vida es que mientras más viejos somos y menos llenos de vida estamos, más certezas tenemos sobre lo que creemos es el sentido de la vida. Un hombre lleno de experiencia es un hombre viejo, no puede ser de otra manera.
Y debe ser horrible poseer tanta información valiosa y cargar tantas verdades y no poder hacer nada con ellas. Intentar trasmitírselas a ese joven al que se estima tanto, sea el nieto o el amigo llegado por casualidad, poniendo empeño en que los puntos importantes sean entendidos. Pero todos a cierta edad hemos comprobado que nadie escarmienta en cabeza ajena, que ningún consejo tiene más fuerza que el arrepentimiento. Que los pozos se tapan luego de enterrar a los niños.
Y están las preguntas, las preguntas infinitas. Que en lugar de irse respondiendo se van multiplicando sin que se vea un final. Cada vez más preguntas y menos respuestas, en todo caso respuestas confusas que poco ayudan. Pero las preguntas se siguen multiplicando.
Y quizá el día que pueda responder tantas interrogantes sea un viejo con dificultad para moverse. Quién sabe, quizá nunca lo sea.