lunes, 27 de junio de 2016

La pasión futbolera II


A mí me domina la pasión futbolera. Debo decirlo. Me puedo poner muy triste cuando mi equipo pierde, puedo gritar emocionadísimo cuando mi equipo anota o queda campeón hasta joderme la voz; puedo gritarle una serie de ofensas malaleche al árbitro cuando no ha marcado lo que a lo lejos parece una falta para el jugador de mi equipo (hijo de tu reputísima madre, por ejemplo).

Puedo racionalizar y analizar todo lo que quiera, pero el día del partido de México en el Mundial estoy ahí puesto frente al televisor echando porras y esperando que ahora sí trascienda el equipo y que la fortuna no se ría nuevamente a nuestras costillas. Ahí estuve, estallando de emoción y felicidad cuando el equipo le ganó el oro olímpico al Brasil de Neymar y sus compañeros estrellas.

Y entre mis deportistas admirados está Lionel Messi. Esperaba verlo coronarse en Brasil para que a Pelé le diera diarrea dos semanas. Creo que Diego era mejor jugador, pero también que es difícil comparar a jugadores de diferentes épocas, y además, por qué tendría que ser el mejor, qué lo obliga a ello.

Me entristeció que fallara su penalti, eso le da leña a quienes buscan minimizarlo bajo toda circunstancia y lo atacan por no ser campeón en un deporte donde hay otros diez pelotudos en la cancha jugando a su lado, diez pelotudos a los que sí se les permite fallar y cagarla cuantas veces quieran. Si Higuaín no fuera el imbécil que es Argentina sería campeón del mundo y de América, pero siempre hay que culpar al pequeño genio de Cataluña (digo, ahí es donde ha vivido casi toda su vida). Me pregunto también por qué Di María se lesiona a la hora de los torneos importantes.

Sólo algo nacido de mi pasión futbolera, esa que mucha gente no entiende ni podrá jamás. La que sólo se vive y no necesita explicaciones.


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