¿Qué será más patético?, se preguntó Raúl mientras bajaba
la pantalla del celular, ser el solitario que tiene que gritarle a todos, todos
los días, todas las veces que sea posible, que es inmensamente feliz estando solo,
o aquel que sólo tolera a su pareja luego de tantos meses, pero se pasa los
días subiendo fotos donde ríen y hacen muecas que creen que pintan una gran
felicidad. Miles de imágenes con la lengua de fuera y ridículas poses, con
orejas y narices de perros, gatos y demás fauna, absurdas en alguien de su edad.
“Qué son esas pinches visiones” (o mariconadas), diría molesto su padre si
viera una sus fotos.
Ahora, tras quedarse varios segundos viendo a la nada, Raúl vuelve
a una idea que ha estado reevaluando las últimas semanas. Una de esas ideas que
parece se han vuelto verdades absolutas: la del mejor solo que mal acompañado. ¿En verdad una compañía mediocre
puede ser más mala que no tener ni quién te pase el rollo del papel cuando
tienes las nalgas llenas de mierda y no hay más en el depósito? O cuando con
una infinita diarrea ese otro que un día te creyó genial –a pesar de todo–
sienta la necesidad de hacerte aquel milagroso té que le hacía su madre e ir a
comprarte las pastillas que te recomendó tu amiga la doctora, por un asunto de
simple cordialidad, por mera humanidad.
¿Y este corriente escritorcillo con complejos de adolescente sólo
sabe escribir de mierda y escatologías?, se preguntarán algunos distinguidos
lectores.
Y sí, mierda y más mierda. Cagada tras cagada (en ambos sentidos
de la palabra), pero, es que de cierta manera estamos reducidos a eso. Podemos
alardear de ser todo lo sofisticados que queramos pero a la hora de cagar somos
patéticos, y qué hay más patético que un hombre con el culo lleno de mierda y
ni un puto papel para limpiar su vergüenza, que un hombre desnudo con el culo
cagado.
De cierta forma todo lo hacemos mierda: el amor de una mujer, de
un amigo incondicional, el amor de nuestros padres y hermanos; la libertad, la
confianza, la paz mental de nuestros hijos. Mierda grotesca y maloliente.
Y no
hablemos del olor, que algunos volverían lo que hay en sus tripas. Pareciera
que ese asunto de soportar de buena gana nuestros fétidos olores es una
analogía de la relación que tenemos con los demás. Puedo oler sin dificultades
la peste que ha dejado mi reciente cagada o de un hediondo pedo de la misma
forma que creo tener siempre la razón: mi ideología es la adecuada, mi religión
la correcta, mis gustos musicales son perfectos, y las cosas con las que me
entretengo las más divertidas y alucinantes.
Las pasiones opuestas a las mías
son la penetrante peste de ese baño público que no se ha limpiado cuando ameritaba,
y en el que me horrorizo un poco al entrar. Aunque no hay que ir tan lejos, es
lo que queda en el aire del baño de tu casa cuando tu padre ha salido. También
te horroriza.
Sólo eso.
