martes, 29 de noviembre de 2022

de la inagotable pasión futbolera

Quizá la razón por la que la pasión futbolera se apropia de mí con tal intensidad cada cuatro años, sea que los primeros partidos de futbol que vi, a los diez años, fueron los del Mundial de Italia 90 (por alguna razón aunque mi padre jugó futbol en su juventud no veía futbol en la tele; veía americano, beis y tenis, y definió uno de los placeres de mi vida).

Porque la cosa es que desde que comenzó la cuarentena dejé de seguir el futbol televisado, cosa que no pasó con el beisbol y el americano, que me tuvieron pegado al televisor, disfrutando eso que otros tantos consideran aburrido.

Pero ahí estaba el día del juego de México, con mi camiseta verde y mi esperanza intacta, deseando que el equipo jugara bien y que ganará el partido. Ahí estuve estallando de éxtasis y con una lágrima en el ojo cuando Ocho paró el penal. A pesar de haberle confesado a Gil, quizá minando sus sueños, que esta vez no esperaba nada del equipo. 

Ahí estaba imaginando -luego del tropiezo argentino- que los podíamos eliminar. Cobrándonos afrentas pasadas, porque en el deporte todo es posible, y a cada David le llega el día de ser letal con su pedrada. 

Ahí estaba completamente poseído por esa voraz enajenación. Una vez más.



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