Me gusta sentir el aire frío en la cara en
los días invernales, y en los calurosos más, de noche, cuando te refresca y
mitiga un poco el sofocante calor del día, como en estos días.
El viento puede provocar el vuelo de un
papalote, y hacer pasar frío a los niños que se dirigen a un tobogán al salir
de la alberca, intentando correr con los brazos abrazados a ellos mismos. Puede
gastarse pequeñas jugarretas a nuestras costillas, por nuestro descuido, como
cuando nos vuela un importante papel que no sujetamos correctamente, cuando
levanta la falda de una mujer –un viento masculino si lo hizo por travesura,
uno femenino si lo hizo por envidia– exponiendo sus piernas y nalgas a la vista
de los curiosos y afortunados, cuando nos coloca una basura en un ojo.
El viento también, puede traer a una
persona, o por qué no, llevarnos a ella.
Estas son dos magníficas canciones de
Fernando Delgadillo que tienen que ver con el viento y esa persona especial: La
mujer que se fue y que es evocada por este viento sin misericordia que se ríe
sin nosotros –un barroquismo precioso para decir que el viento me hizo
acordarme de ti–, o “el viento que te
sigue en un jardín verde una tarde mientras tus descalzos pies vienen y van”,
quién sabe…
Es un viento juguetón.
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