viernes, 7 de enero de 2022

divague de año nuevo

Uno de los mantras que repite una buena parte de la sociedad actual es lo feliz que los hace la soledad. Van por la vida presumiendo lo felices que son disfrutando la compañía de nadie más que de ellos, aunque siempre recuerdo que sobre lo que se presume es sobre lo que se anhela. Incluso hay insulsos memes en los que alardean que si los llegaras a ver tristes sería por cualquier ridiculez pero no por desamor. Supongo que todos ellos se palmean la espalda intentando no pensar que los males de muchos son el consuelo de los tontos. Y ellos no son tontos, porque sólo los tontos sufrirían por amor.

La autosuficiencia, independencia y vanagloria de la soledad se proclaman como virtudes divinas, en todos lados y a todas horas. Pero me quedé pensando hace unos días que si hay tanta gente que disfruta de su soledad, una taza de café, un libro, sin importar que sea bueno o no; y el disfrute de su propia presencia, entre muchos otros beneficios del estar solo; les haya costado tanto la preservación de su vida quedándose en sus casas en las fiestas de fin de año. Que les haya valido un cacahuate la posibilidad de contagiarse o de contagiar a toda su familia, sabiendo de antemano lo imposible que les había sido quedarse en casa a pesar de que lo proclamasen en facebook cada tercer día; por no reunirse y celebrar lo que se supone que se debe celebrar. 

O quizá ver netflix sin compañía no sea la panacea, porque casi siempre los libros continúan acumulando polvo.

Mi madre sólo guarda silencio cuando le digo que tuvimos mucha suerte porque aunque éramos sólo diez personas en la mesa, vinieron seis personas que no viven aquí en la comida navideña del 2020. 

Seis posibilidades. Demasiada suerte.

Que reunirse con todas las medidas y alardear de que en esta familia todos somos cuidadosos, ha sido quizá el mayor autoengaño, o al menos el más costoso. Lo escuchábamos por todos lados, la primer medida era no reunirse. 

Pero necesitábamos vernos, necesitábamos abrazarnos, porque tampoco pudimos resistirnos al vacío choque de nuestros puños como muestra de afecto. Y en realidad compartimos la mesa sin diferencias a otro convivio ajeno a la pandemia. 

Llegó enero y nos demostró que por alguna razón aquí tuvimos suerte. En otras casas la desgracia se multiplicó. Una muerte no fue suficiente para decirle a tantos que había que hacer caso a ese que se oponía a la reunión; y los moños negros se multiplicaron, junto a culpas y recriminaciones.

 

Y bueno, pienso que si necesitamos tanto esa reunión con los que queremos y nos quieren, y casi todos nos negamos a privarnos de ella, cómo no vamos a anhelar tener a quien abrazar, besar, amar y compartirnos como se suponía que debía ser.



2 comentarios:

  1. Una interesante divagación para empezar el año, amigo. Yo podría calificarme de solitario, o quizá sea mejor decir introvertido, pues puedo pasar mucho tiempo y muy bien en soledad, con mis lecturas, mi música y mis películas, pero hay veces que me alegra y necesito estar en compañía de otras personas, particularmente amigos y familiares, para celebrar lo que sea en común. En la actual situación pandémica debemos ser, sin embargo, cautos y procurar mantener ese difícil equilibrio entre diversión y prevención.
    Un abrazo.

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    1. También disfruto mi soledad. Libros, música, películas y deportes en la tele, bueno básicamente beisbol y futbol americano. Pero creo que nadie aspira a quedarse solo.
      Abrazos amigo.

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