Hay una idea de Quino, que pienso que a casi todos nos ha hecho
perder la cordura por un momento y ponernos a fantasear con posibilidades en
verdad maravillosas, y hasta quizá cerramos los ojos un instante para
desear con los brazos abiertos. Seguro estoy exagerando. Lo que sí creo es que
al menos todos hemos pensado en lo maravilloso que sería la vida así, a lo
Benjamin Button.
Quizá usted lo haya leído o escuchado, visto en una insufrible
cadena de whatsapp con un atasque de flores y pajaritos. La estupenda idea de
nacer viejo y achacoso, casi sordo y ciego, con reducidas posibilidades de
movimiento, para morir en un orgasmo, con los últimos treinta años llenos de
salud y vitalidad.
Llegar a los cuarenta llenos de experiencia, en el mejor de los
casos, que hay quienes nunca aprendemos y nos estancamos por costumbre; pero
habernos adueñado de ciertas certezas con la juventud en el horizonte, la
cabellera completa y las articulaciones intactas; una belleza.
Podría ponerme a contar la infinidad de cosas que me llegaron a la
mente ante esa fantástica posibilidad del rejuvenecimiento crónico pero no
tiene sentido. Sólo creo que haber puesto en la cabeza esa genial idea es una
especie de broma de humor oscuro.
La broma del universo que nos recuerda que cuando vayamos
alcanzando las verdades de la vida más cerca estaremos de la muerte.
Este divague, como se ha hecho costumbre en algunos de los últimos
escritos de este blog, salió de la frase de un libro: Buena verdad es que ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede
lo que sabe. El libro, “La caverna” de José Saramago.
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