martes, 22 de junio de 2021

mi modelo

La verdad es que por más que mi lengua a veces sea tan descarada sigo siendo muy pudoroso, e incluso podría decir que algo reprimido sexualmente; qué hacer, el contexto católico en que me crié sigue pesando demasiado. La cosa es que a pesar de estar con una mujer librepensadora, no sería capaz de pedirle que se acostara conmigo. Una simple proposición de sexo, que se supone ahora es tan normal. Creo que lo que me aterra es pensar en las consecuencias de que su respuesta fuera negativa y lo que podría pensar de mí, etiquetándome de un pervertido tan básico que sólo puede pensar en sexo, alguien tan constipado emocionalmente que no se atreva a contruir una relación, quien va por la puerta fácil y sólo desea el placer inmediato. Todo esto y más. Y creer que le parezca divertido comentar la situación y que un número enorme de mujeres se entere y pueda pensar lo peor de mí, es casi traumático. Como si pensara que pudiera hallar el amor alguna vez en alguien que por desgracia tiene una falsa idea sobre mí. Me sorprende mi capacidad para imaginar escenarios desastrozos partiendo de una nimiedad. Pero así vivo. 

Ella está desnuda frente a mí, recostada en el sofá, sonríe. Parece divertirla el rubor que se aparece en mi rostro cuando sonríe de más o cuando he mirado de más sus pechos o sus caderas y me ha sorprendido haciéndolo. Tapa sus pezones y su pubis, pero no pude evitar mirar furtivo mientras se quitaba la ropa, fingiendo que preparaba mis cosas. Continúo dibujando. Este es el segundo dibujo del día. La semana pasada le hice otros tres.

Ya había dibujado antes una modelo desnuda, en una clase, pero éramos más de treinta personas las que observábamos a la despreocupada mujer, seguro tan acostumbrada a las miradas de tantos. Pero Marcela sólo posa para mí, y la intimidad del momento deja mi timidez expuesta. Sorprendentemente Marcela mantiene una quietud que me impresiona y me facilita los trazos. Se lo comento como un cumplido, y dice que jamás lo había hecho, recalco lo maravilloso que resulta, y quizá mi instinto me hace decir que eso, sumado a su belleza es un placer más grande para mí. Me pregunta si no la considero gorda y respondo que es perfecta. Supongo que parezco un jitomate, lo siento en el rostro y por la forma como me mira, entre pícara y espectante. Pero no dice nada, yo tampoco; el rubor cerró mis labios aunque mi cabeza convulsiona. Me parece obvio que piense que sólo la halago para acostarme con ella, como cualquier otro haría. Pero... ¿y si lo desea? Eso quisiera.

¿Y como es que terminé pasando dos sábados con una bella mujer semidesnuda en mi casa exhibiéndose ante mí? Supongo que será algo así como la suerte del perdedor, o como dijera mi abuela, la suerte de los que no se bañan. Resulta que un buen día, sin más, Marcela me preguntó si le podía hacer unos dibujos desnuda. Tenía pocos minutos que había colgado en facebook unos bocetos copiados de internet de chicas en lencería. Con algo de taquicardia respondí que sí, que claro, que cuando tú quieras. ¿Puedes el sábado?, preguntó. Una incipiente erección se sumó a los acelerados latidos antes de volver a decir que sí, sin siquiera pensar si tenía algo que hacer ese día. Pero qué podría ser más importante. Dicen que las oportunidades si no son atendidas pronto, se van para no volver.

Mi parte más básica me dice que seré el imbécil más grande del universo si dejo que se vaya sin intentar al menos tocarla. Argumenta que es lo que espera al haber venido sola a casa de un casi desconocido y mostrarse desnuda. Y sabe que es más fácil que me acerque y la toque retando al destino, a que sea capaz de decir, pedir o proponer que terminemos la sesión en la cama. Mi parte decente y correcta, pero sé que es mucho más por miedo y temor ante el rechazo, argumenta que sería una imprudecia hacerlo, por más que me guste Marcela y desee tocar su piel y lamer sus pezones. 

Al final es la pena y mi temor ante las posibilidades de mi cabeza lo que me limita a despedirme con mis mejores deseos y un abrazo más largo de lo acostumbrado con su respectivo beso. Aunque mi parte básica no deja de molestarme sobre lo imbécil que soy.

Si la pena no me traiciona la invitaré a salir. Veremos qué pasa. 







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