Me he preguntado muchas veces, si con el paso de las semanas tendré algo nuevo que decir, algo interesante que contar, al menos algo que teclear cada semana para poder cumplir lo que me propuse (no me fijé un plazo para cumplir con mi publicación semanal, pero creo que en todo caso, en algún momento dejaré de preocuparme por la periodicidad y postearé las cosas conforme vayan saliendo).
A veces me invade una sensación de un
trasfondo pesimista que me hace sentir que nada de lo que escriba vale la pena,
que qué sentido tiene seguir preocupado por la actualización semanal del blog.
Es una sensación molesta, que me hace sentir mal. Es algo que sucede a veces y
que llega sin avisar. Porque
finalmente sé que a nadie le interesa si publico o no cada semana, todas las
semanas.
Qué más decir, sobre qué más hablar. Si ya
he dicho lo que pienso sobre ciertas cosas que llaman mi atención puedo llegar
a repetirme en mis argumentos y necedades. Aunque creo que siempre habrá algo
que decir, aunque a nadie más le parezca interesante. Supongo que la necesidad
de escribir me acompañará mientras me quede vida, como escribió Xavier Velasco:
no queda más alternativa ni hay escapatoria semejante.
Será que a veces pareciera que traigo puesto
un manto de pesimismo sobre los hombros, que todo lo veo en una escala de
grises, de azules opacos y tristones. Sé que es parte de mi temperamento (80%
flemático y 20% melancólico), sé que es parte de mí.
Pero también a veces me ilusiono y me
sorprendo haciendo planes en mi cabeza, como cuando pienso que podría ganar el
concurso al que inscribí mi novela y que será publicada. Aunque no tarda en
despertar el pesimista de los peros para argumentar algo en contra de tan feliz
pensamiento, pintando nuevamente el cielo del mismo gris recurrente.
A veces me pasa.
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