Creo que una de las ideas más extendidas
entre aquellos que pretenden aparentar un cierto grado de cultura –de esa
cultura que sirve para presumir y apantallar a los incautos– es esa de decir
que prefieren las historias que cuentan los libros a las de las películas (por
lo menos por acá en mi pueblo). “Vi la película, pero no le llega ni a los
talones al libro” los escuchas decir respingando un poco la nariz.
Pero si tienen esa forma de pensar, por
qué razón pagaron por ver algo que no les gusta ver, si siempre prefieren los
libros: es un sinsentido. Digo, si ya disfrutaron el libro, con eso debería
bastarles.
El argumento es muy estúpido, porque de
entrada se están comparando obras que son elaboradas con diferentes lenguajes:
el lenguaje escrito y el audiovisual; con unidades narrativas distintas: la
palabra y el plano. Mientras los textos disponen de comas, puntos y puntos y
seguido, las secuencias tienen cortes directos, disolvencias y fundidos. Sería
como comparar el lenguaje de las señas con el Braille. No hay punto de
encuentro. Aunque sería más bien querer enfrentar a un boxeador con un peleador
de Artes marciales mixtas.
Aunque podríamos intentar hacer una
analogía entre un plano secuencia de González Iñárritu y un párrafo larguísimo
de Javier Marías. Hay que seguir porque no hay ni punto ni corte.
Pero bueno, debo comprender que en estos tiempos
es valioso presumir que uno lee y decir contundentemente que el libro me ha
gustado muchísimo más que la película, a la que le faltan “tantos detalles” que
hacen que la experiencia no sea todo lo rica que fue al pasar las páginas.
Pero qué arquitecto de las imágenes podría
meter un libro de 900 páginas en 120 minutos, o 160 siendo benévolos. Ni un Tarantino
amalgamado a un Nolan.
Los planos que componen las secuencias
cinematográficas se sirven de muchas más artes para elaborar las escenas:
diseñadores de sonido, de vestuario y de escenografía, la atmósfera que elabora
el fotógrafo, el guión adaptado a las exigencias de la pantalla, el trabajo de
los actores y el plano elegido por el director. Aderezado esto tal vez por un grandioso
score. Y la maravilla del montaje.
Un libro tiene su magia y el poder de la
palabra. Y el cine la suya y la conjunción de muchísimas artes. Y no creo que
se puedan comparar.
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