Ayer en la noche estaba leyendo a Carlos
Fuentes y me encontré con esta frase: “ser hombre no es dejar de ser niño sino
empezar a ser delincuente”, y, entre las divagaciones que ralentizan mi lectura
me llegó el recuerdo del día en que cumplí 18 años, y mi padre, después de
darme un escueto abrazo de felicitación me dijo contundente, que ahora sí me
podían meter a la cárcel.
Eso fue todo. Pero si bien no esperaba yo
el discurso emotivo del padre de la película, dado que en mi crecimiento nunca
he recibido palabras paternas, ni de consejo ni de precaución, tampoco pensaba
recibir palabras más propias para un delincuente juvenil o un incorregible
muchacho que no deja de meterse en problemas y que ahora se debe cuidar porque
ya es susceptible de ir al tambo (la cárcel).
Así es que en mi vida no tuve plática de
sexo ni charla de hombre a hombre con el hombre que me engendró. Aunque sí
recibí por parte de mi preocupada madre una advertencia sobre esas
“muchachitas” que sólo querían amarrar a un hombre y de las que debía cuidarme.
Mi madre no sabía que me hubiera encantado toparme con una muchachita que
quisiera pervertirme un poco tan siquiera.
Así que, pudiera ser que mi padre había ya
leído esas líneas del señor Fuentes la razón por la que asoció mi arribo a la
mayoría de edad con el hecho de que me volviera delincuente. Pudiera ser.
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