lunes, 20 de agosto de 2018

Amigos

Una muy buena parte del tiempo de juego durante mi infancia lo pasé rodeado de muñecos de peluche (monos para mis padres). Yo no tenía tantos peluches pero entre los míos y los de mis hermanos eran un buen número. Recuerdo que cada uno de los muñecos tenía un nombre, que iban desde nombres inventados, completamente arbitrarios (Dripi, Plufi), hasta el nombre de la especie animal a la que pertenecían. Era con mi hermano con quien pasaba tiempo jugando con nuestros peluches. Incluso los poníamos a jugar beisbol o futbol americano, entre muchos otros juegos protagonizados por nuestros animales de felpa.

La idea de la posesión de los muñecos consistía en que eran nuestros hijos. Como en caricatura de Walt Disney, mi hermano y yo éramos padres de varios hijos que no tenían madre, o que había traído la cigüeña, quién sabe; y ambos éramos padrinos de los hijos del otro (como buenos católicos). 

Gil también valora mucho los muñecos de peluche que tiene, de los que heredó dos de mi hermano y uno mío (el ratón gris de ojos tristes), pero a diferencia nuestra, los peluches son sus amigos, no sus hijos; a excepción del panda, que fue rellenado por él en un establecimiento en el que los niños pueden hacer su muñeco a su gusto. Fue un obsequio de Tamara.

Estaba pensando hace tiempo en la sustitución del amigo imaginario por los osos de peluche. Yo no recuerdo haber tenido amigos imaginarios, pero nunca estuve solo, mi hermano es casi de mi edad y dormíamos en el mismo cuarto. Pero imagino que Gil tiene buenos amigos en sus muñecos de peluche, y podría jurar que no conoció amigos imaginarios, a pesar de que no tiene hermanos.

Fuimos a ver juntos la película de Christopher Robin. Al ver las primeras imágenes donde un niño convive con sus pequeños amigos de peluche vi a mi hijo pasando horas en inacabables aventuras donde sus amigos enfrentan maliciosos monstruos o a cualquier otra cosa.

Le pinté a sus amigos hace tres años:




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