Prohibido casarse con una virgen.
Punto número ocho del Manifiesto
charolastra
Suponía yo que la veneración por la
virginidad era cosa del pasado, de la generación de mis padres y de mis primos
mayores. Que el hecho de sumarle o restarle valor a una mujer por la posesión o
pérdida de su himen era un asunto obsoleto por completo. En estos tiempos en
que tener sexo es tan sencillo y encontrar el amor se ha vuelto tan complicado.
Con sorpresa (pienso en un regreso al
medievo) me he dado cuenta que no es así, al menos no para la totalidad de la
población masculina. Supe recientemente de un individuo que escogió a su esposa
precisamente por el hecho de que fuera una mujer virgen, y se casaron pocos
meses después de haber comenzado a salir juntos. Es claro que aquí el asunto
del himen sí fue determinante en la decisión.
Será que pienso que el sexo es algo tan
natural en nuestro ser que el dormir con una mujer al conocerla no la descarta
en mis intenciones por formalizar algo con ella, si es que se diera un mutuo
entendimiento. Si existe una atracción físicaintelectual, ésta se convierte en
atracción y deseo sexual: es algo biológico.
Platicando al respecto con mi mujer (eso
creo) pensamos también que un hombre que elige o prefiere a una virgen, lo
puede hacer más que por el prejuicio de la pureza, por un asunto de que si la
mujer no ha estado con otros, no podrá hacer comparaciones; tampoco sabrá si el
eyaculador precoz con el que ha emparentado tiene funciones sexuales normales y
si las brevísimas embestidas que ha recibido son parte del promedio. O saber si
“su hombre” tiene al menos una pequeña idea de por dónde se esconde el
codiciado clítoris y para qué sirve.
Yo, ha quedado claro, estoy con los
charolastras: creo que debería estar prohibido casarse con una virgen.
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