jueves, 28 de abril de 2016

del no esperar nada de nadie o hay quien se ha forjado una armadura



Alguna vez, mediante la lectura, reflexión y discusión de un aforismo de Jorge Ángel Aussel, que versaba sobre la conveniencia de no esperar nada de nadie, yo defendía la idea de que aunque sepamos esto y nos lo hagan aprender, aun si nos lo repiten dos, tres o diez veces y a pesar de que lo veamos escrito en cientos de postales; llega un momento en que nos encariñamos tanto con un familiar o un amor, que esperamos que bajo ciertas circunstancias la persona en cuestión actúe de cierta manera, respetando un acuerdo no estipulado con nosotros, aludiendo al civismo más elemental. En otras palabras, esperamos que haga ciertas cosas: al fin, esperamos algo de alguien.

Creo que es parte de nuestra naturaleza, contradictoria y endeble, porque además, lo queramos o no, somos seres sociales y tejemos lazos fraternos, a veces con una rapidez pasmante.

Aunque sí creo que existen personas que se hayan vacunado contra la citada estupidez. Individuos tan lastimados, traicionados o que han visto tan de cerca la mierda más humana del hombre, que aprendieron a vivir su vida sin esperar, ni anhelar, mucho menos querer nada de nadie. Gente con costras impenetrables formadas del dolor y el conocimiento.

Yo, quienes me leen lo imaginarán, soy del tipo de persona que confía, que se entusiasma y que por consiguiente espera cosas que no tendría por qué esperar. El tonto buenagente que da y espera recibir al menos algo parecido.

Quizá los años me provean de la armadura. Quizá no.

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