Debo escribir sobre mi dislexia. Debo
hacerlo porque es quien me acompaña siempre al escribir. La compañera presente,
constante. La que no me abandona. Y mis textos no evidencian su presencia
porque su mejor amiga es mi obsesividad, y ella siempre está dispuesta a
limpiar los cochineros que su amiga deja. No importa cuántas veces haya querido
escribir sin parar, escribir hasta que termine con la idea que hay en mi cabeza
o con todas las nuevas tramas y subideas que me van llegando mientras tecleo,
esta terca obsesividad regresa mi mirada para ver por qué el corrector del word
me ha marcado algo en rojo; aunque, mirando de reojo, había ya notado la
errónea colocación en las letras de varias de las palabras que escribí en las
dos últimas líneas. Como digo, nunca se nota su ausencia.
Y para acabarla de chingar me distraigo
con cualquier cosa. Carajo.
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