Cuando estaba en el último año del kínder
y era el alumno consentido de mi profesora la seño Pili (además de ser un
adorable y aplicado niño, ella había sido mi maestra en el primer año), quien
para que quedara yo al frente de la fila nos formaba del más alto al más
pequeño; tuve el primer indicio de que tenía un problema de dislexia, claro que
no de esta forma, por su nombre, de eso fui consciente muchos años más tarde.
Ahí aprendí a escribir mi nombre. Pero la
mayoría de las veces, escribía una e en vez de una g, escribiendo eildardo.
Debo aclarar que esta primera e era una e grande, que en mi defensa, guarda una
similitud con una G, sólo que al revés.
Luego, en primero de primaria tuve algunas
cruces en un examen de matemáticas por colocar el 3 al revés, pero al principio
no entendía el porqué, yo lo veía bien. Y en segundo año, escribí un resultado
inverosímil en un ejercicio de recta numérica al invertir el orden de un número
con dos cifras. De hecho, cuando me regresaron mi examen no daba crédito a la
respuesta que anoté, no tenía ninguna lógica.
Pero en mi casa nadie habló de que tuviera
un problema de dislexia o de alguna cosa parecida (o lo hablarían a escondidas, quién sabe). Sólo era algo gracioso que
escribiera que me llamaba eildardo. De los errores en matemáticas no recuerdo
si acaso se habrán enterado.
Y así, a mi distraída lectura debo sumar
el disparatado sinsentido que a veces mi mente crea, y al regresar a esas
letras ver divertido la realidad de lo que en mi mente formé. Es gracioso.
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