La semana pasada ocurrió una situación que me satisfizo
sobremanera. Aunque también me dio algo de tristeza. Me dejó ver un poco más al
maravilloso niño del que soy padre y me volvió a hacer sentir orgulloso de ser
su padre y su amigo.
Fuimos a comer con mis padres a un pequeño restorán de pizza al
que a Gil y a mí nos gusta ir. Al final, después de que se pagó la cuenta mi
madre solicitó al mesero una factura y él le pidió que anotara sus datos para
poder elaborarla. Mi madre escribió lo requerido y entregó el papel al mesero.
Minutos después, el mesero regresó a solicitarle a mi madre que le
dictara los datos porque no había podido descifrar sus garabatos. Mi madre le
preguntó como respuesta, de la forma más grosera que pudo, que si no sabía
leer; fiel a su horrorosa costumbre. El chico se quedó callado ante la grosería
y yo me avergoncé una vez más de los pésimos modos que posee la mujer que me
parió para con los meseros. Sus siguientes dos intercambios con el pobre chico
tuvieron el mismo tono despectivo y grosero del primero.
Pero no fui yo el único que se sintió mal por la forma en que
trató al mesero. Gil le reprochó valiente que el joven estaba en lo correcto ya
que sus letras no eran legibles, le dijo que había sido muy grosera y que no
tenía derecho de hablarle así cuando ese desafortunado muchacho tenía razón en
su solicitud. Ella fue otra vez coherente con su diario actuar y negó haber
hecho lo que mi hijo le decía. Y él, más valiente sostuvo su palabra. Yo me
limité a decir que sí había dicho aquello tan ofensivo e injusto, sin adjetivar
mi pensamiento.
Luego, ya en el coche, Gil le volvió a señalar a mi madre lo
inapropiado de su conducta, y ella volvió a negarla.
Pensé tantas cosas. Me sentí feliz de este niño que se atrevió a
señalarle a su intratable abuela que había obrado muy mal. Que se sostuvo en su
dicho y su postura, que no se quedó callado ante la injusticia. Y que la recalcó,
porque lo creyó conveniente.
Dicen por ahí que para conocer a la gente hay que ver de qué forma
trata a meseros y a niños que no sean de su familia. Algunos sacan el cobre y
dejan caer las máscaras.
Otros se enaltecen. Mucho más a los ojos de su padre.
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