Me dijo el terapeuta mirándome a los ojos: Estás tratando de repararte a través de tu hijo. Si eso es cierto es algo que descubrí en el momento en que lo dijo. Después de mirarlo unos segundos sin saber qué decir, sintiendo como mi cabeza se agitaba en muchas ideas que iban y venían sin rumbo, le respondí: Pero eso debe ser bueno… ¿o no?
Le había hablado del amor y el cariño que
trato de darle a Gil, que me esmero en que reciba. Le dije también que supongo
que uno trata de darle a su hijo lo que no recibió de su padre porque a uno le
hubiera gustado tener eso, y se preocupa porque su hijo lo reciba: mi padre no
recibía juguetes el Día de reyes y puso su atención en ello cuando tuvo hijos.
Yo no recuerdo haber recibido su cariño, ni un te quiero, por lo que Gil recibe
muchos besos, abrazos y teamos siempre, y los seguirá teniendo mientras me lo
permita.
“Tú que piensas, ¿crees que sea bueno?” me
responde el terapeuta con su expresión de roca en su amable rostro. Pues creo
que es bueno, que si mi inconsciente hace eso es porque hay cosas que reparar,
creo que es muy bueno que me digas que intento repararme. Malo sería que me
dijeras que hago algo que me está destruyendo.
Yo sólo creía que dentro de mi vocación de
niño eterno podía ahora jugar con los juguetes que nunca tuve. Pasar tiempo con
Gil armando y desarmando Legos o iniciando batallas eternas entre caballeros
medievales y fieros piratas aliados con indios temerarios de Playmobil; navegar
en el piso con el barco que siempre soñé.
Por una mera satisfacción egoísta que me
da el placer de dejar que el tiempo pase armando historias fantásticas con ese
niño que se parece tanto a mí.
Si además me reparo. Qué mejor.
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