lunes, 28 de septiembre de 2020

y entonces

Entonces llanto. Y perdones y abrazos y besos babosos y más perdones y sexo tierno, desgarrado, enamorado, seguro. Y amanecer con la luz del otro entre los brazos. Y perdonarnos y seguir llorando. Y hablar del futuro. Y estar convencidos de que no hay nada más en el mundo que el espacio entre los dos. Y desgastarse el uno al otro de tanto quererse y no aceptarse. Y así.

Esto es de "Todos los días son nuestros", de Catalina Aguilar Mastretta. Sí, ya había escrito sobre este libro que parece ser me impactó más de lo que pensaría.

Me gusta particularmente ese amanecer con la luz del otro entre los brazos. Pienso que luego de tantas lágrimas compartidas, peticiones de perdón honestas y perdones concedidos que esperan estar libres de rencores, quede una luz muy particular donde exista el amor que se le tiene al otro. Amanecer en los brazos del otro, con el rostro cubierto de sudor y lágrimas, con esa cierta paz que viene luego de sortear como se ha podido la tempestad. Y ojalá sea domingo y sólo haya que levantarse a vaciar la vejiga y se pueda volver a ese pequeño edén que se crea en ese abrazo compartido con los besos dispuestos y esperando. Donde nada más importa que el espacio entre los dos.

 



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