Cuando de niño iba a la iglesia a recibir
lecciones religiosas o bíblicas, una de las cosas que nos dijeron y que se me
grabó bien, porque todavía la recuerdo, fue que dios mismo era quien se
encargaba de elegir a los hombres que tendrían el privilegio de servirlo
convirtiéndose en sacerdotes: era dios quien reclutaba al personal de su
empresa. Algo que sonaba demasiado lógico.
La señora encargada de estas pláticas
religiosas –a un montón de niños ignorantes– nos contó que dios, encarnado en
su clon polifacético, el espíritu santo, se le presentaba al joven elegido
diciéndole que él tenía la encomienda de servirlo. Así que este hombre tenía
esa gran fortuna y se enlistaba en el seminario para después poderse convertir
en sacerdote. Un hombre afortunado.
Tenía toda la lógica del mundo. Dios,
quien había creado el universo, escogía cuidadosamente a sus representantes
terrenales.
Es debido a esto que narro, que a mí
siempre me ha parecido la cosa más despreciable e indigna el abuso sexual
infantil de los sacerdotes. Es por esto que detesto cuando me dicen que los
hombres son hombres y tienen debilidades, pero que dios es dios y es divino.
Porque se suponía que él había escogido a los buenos, a los mejores, a los de
las mejores almas. Los supuestos pastores de su rebaño.
Sólo un choque cultural en mi cabeza, nada
mas que eso. Luego, uno les descubre todo el teatrito y se queda pensando en
cómo fue que se tragó completos esos cuentos de hadas y espíritus divinos.
Para los que no han leído los demás recuerdos:
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