Al parecer tengo buena memoria. Me ha sido
elogiada por algunas personas y al conocer el temperamento que poseo he visto
que es una característica propia de este. Una buena memoria de medio pelo, nada
extraordinario ni “elefantístico”. A veces me juega bromas, y eso que me parece
tan claro y que podría jurar que es, no era lo que recuerdo.
Me gusta armar rompecabezas, me gusta
hacer sudokus, me gusta resolver sopas de letras, me gusta jugar juegos de
mesa, me gusta leer. Y se supone que estas actividades estimulan la memoria y
el buen funcionamiento de las neuronas. No las hago por ello, sino porque me
resultan infinitamente placenteras. Perder el tiempo dicen algunos. Cada uno lo
gasta como quiere.
Por estas razones es que vanidosamente me
sentía invulnerable a males como el Alzheimer. Me causa placer poner a jugar a
mis neuronas, así que, cómo podría sufrir de algo así.
Vi el año pasado, mas o menos por estas
fechas, “Siempre Alice” (Still Alice) –y paradójicamente había olvidado
escribir al respecto– y quedé profundamente impresionado. Es una de esas
historias que te tocan, te prenden con una estocada fulminante al estómago y te
devuelven al presente con desazón, en un estado de angustia y desesperanza. Te
sientes triste por lo que viste aunque se trate de una ficción.
El Alzheimer puede burlar incluso mentes
brillantes e inquietas. Puede también presentarse antes de lo que debería. Jodido
asunto.
El final de la película es brutal, pero es muy buena. Aunque no debo contarlo.
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