lunes, 7 de marzo de 2016

¿Solas?



Recuerdo que cuando mi hermana y yo estudiábamos la universidad, ella hacía bastantes corajes respecto a lo prohibitivo que era mi padre con sus salidas y lo benévolo que era conmigo, a pesar de que ella es mayor. A ella le pedía que llegara a la casa a cierta hora (quizá 1 o 2 de la mañana, no lo recuerdo), para mí no había restricción; si regresaba al otro día a las 7 am, sólo me preguntaba, sin asomo de preocupación, si había estado buena la fiesta, quizá imaginando que pude haber tenido sexo y por tanto sintiéndose orgulloso de su vástago.

“Pero por qué a él no le dices nada si llega mucho más tarde que yo”. Mi padre sólo guardaba silencio, algo que hace bien, sepultando su reclamo. No tenía las agallas para decirle que le preocupaba enormemente que ella pudiera sufrir algún tipo de agresión sexual en la clandestinidad de la noche. O que imaginarla teniendo sexo casual (o no) era para él una idea demasiado dolorosa.

Vivimos en una sociedad machista. Fuimos educados dentro de un contexto igual. En el que la honra de una hija debe ser protegida contra todos pero las hazañas sexuales de los hijos debe ser promovidas e incluso exageradas, siempre más es mejor en estos casos.


A fines de febrero (28) fueron encontrados en Montañita, en la costa de Ecuador, los cuerpos de dos turistas argentinas de 21 y 22 años. Al estupor por la muerte de las dos chicas se sumó el coraje y la incomprensión cuando los medios cuestionaron el hecho de que las chicas viajaran “solas”.

Eran dos mujeres, mayores de edad, viajando juntas. Sin embargo, estaban “solas”.
¿Solas de qué? ¿Falta de quién? Eran dos. Pero como nacieron mujeres, ser dos no les alcanzó.

Como si el hecho de que una mujer viaje con un hombre garantizara su seguridad, como si al ver un hombre los agresores perdieran sus intenciones de abuso.

La noticia le daría la razón a mi padre. “Hija, te procuro por tu bien”. “Una mujer no debe andar sola porque se expone”.

Eso es lo jodido del caso. Que en realidad una mujer no pueda andar libre por donde quiera. Que el precio por su libertad sea exponerse a que alguien no respete su integridad o su vida. De no poder vivir sin tener presente que a alguien se le puede ocurrir joderle la vida.




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