Es algo hermoso que un niño te sonría. A
veces, te toma por sorpresa pero aun así tienes la capacidad de devolverle la
sonrisa, en un lindo intercambio. Otras veces no, estás tan “entimismado” que
la maravilla del gesto te crea confusión y te limitas a mirarlo sin saber qué
hacer, ambos dejan de compartir la mirada, su sonrisa se esfuma y tu confusión
muta en arrepentimiento por no haber podido corresponder a la espontanea mueca
del pequeño.
En ocasiones los niños no se limitan a
sonreír y también te saludan meneando su mano, con una sonrisa todavía más
grande. Cuando esto pasa –si no me han agarrado distraído– les devuelvo el
saludo y la sonrisa. Muchos no esperaban que eso pasara, que un adulto de
mirada triste les regrese la cortesía, y se sonrojan; si se trata de dos o más
se miran desconcertados, sin poder ocultar el bochorno que pasan. Eso me hace
pensar que poca gente tiene ganas de devolver un saludo y una sonrisa a un
niño. Cosa triste.
A veces también, parece que los padres no
consideran muy correcto que un extraño, greñudo y barbón, interactúe con sus
hijos. No los culpo. He hablado con Gil más de una vez sobre la maldad del
mundo y que tenemos que cuidarnos las espaldas, y los frentes también.
Pero es lindo recibir la sonrisa de un
desconocido en la calle, más si se trata de un niño con los rasgos aún sin
malicia.
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