Generalmente mis manías conviven en
armonía. Se sobrevienen una tras otra sin estorbarse, dejándome llevar una
existencia lo más apacible que se puede, claro, si hablamos de alguien con
trastorno obsesivo compulsivo; no muy grave, según mis propias apreciaciones.
Pero a veces, mientras como, parece que
tuvieran una competencia por acaparar mi atención. Habitualmente, esta
aglomeración de manías ocurre si como arroz, porque aparece la que no me
permite tener los arroces desperdigados por el plato a su libre disposición, y
me dispongo a juntarlos en el centro tras cada bocado; la codea impulsiva la manía
que me obliga a alinear mis cubiertos y mi vaso con agua con las líneas del
mantel. El desastre llega si en mis labios se han formado pellejitos, que me
tienen ocupado tratando de quitarlos sin que mis labios se lastimen; a veces
mis dientes no son lo suficientemente diestros en la labor y debo ayudarme con
uno o varios dedos de una mano.
Y en medio de esta disputa voy tragando
mis bocados. Cuando se puede, claro está.
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