“Las personas tenemos luz en los ojos, una luz que viene
desde el alma. Y no es que los ojos están tristes... sino que se apagó el
brillo en la mirada”.
Eva
Lucía Armas
Desde hace muchos años sé que tengo los
ojos tristes (aunque alguna vez leí que los ojos son iguales en todos,
redondos; lo que los adorna o ensucia es lo que los rodea: cejas, pestañas,
profundidad). Me lo han dicho, aunque también me los he mirado. Y a veces no sé
si en verdad sean mis ojos o sólo es mi entrecejo fruncido el que se empeña en
hacerme lucir malencarado.
“Es que siempre estás enojado”. Cuántas
veces he escuchado esa puta frasecita. El problema más grande –para mí– es
cuando la escucho de mi madre, porque pienso: y esta mujer que me ha parido, no
me ha visto la jeta lo suficiente para saber a estas alturas que casi siempre
estoy frunciendo el ceño.
Hace poco veía South Park, serie que me
encanta ver, el capítulo en que Cartman convence a Kenny para que ponga el culo
en vez de la cara para la foto escolar. Butters está advertido por sus padres
para que no vaya a poner cara de imbécil o le irá mal.
Al tomarle la foto, a
pesar de todo su empeño por no salir con cara de imbécil en la foto, sale con
ella, en opinión de la maestra y sus padres. “Por qué siempre tienes que hacer
el imbécil”, le preguntan sus enojados padres. “Yo no hago el imbécil”,
responde tímidamente, “es que así es mi cara”.
Y… así es mi cara. No sé en cuántas fotos
he tratado de poner una expresión sonriente y feliz, pero al verlas aparezco
como si estuviera aburrido o enojado. “Siempre enojado”.
Las mujeres a mi lado también me han hecho
el puto reproche: “es que siempre estás enojado”, “es que a todo lo que te digo
le haces gestos”, “es que nada te parece, te lo veo en la cara”.
Pero es que así es mi bendita cara. Yo no
la escogí.
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