Dentro de mi ínfima cultura musical y la enorme ignorancia que viene de su mano, primero conocí las versiones en español de muchas de las grandes canciones en inglés que forman parte de la banda sonora colectiva de mis coterráneos. Mis padres están lejísimos de ser melómanos o cosa parecida y no tuve un hermano mayor que me orientara hacia aquellas melodías que eran las más chingonas. Contrario a lo que debiera ser, fue de mi hermano menor de quien me llegaron al oído algunas de las grandes canciones que se han escrito. El trajo a Queen, a Guns and Roses, a los Beatles y a Radiohead, por mencionar algunos, aunque también a Silvio y sus hermosas canciones.
Los discos que mis padres escuchaban eran
básicamente de baladistas o de Pedro Infante, que bien cantaba rancheras,
boleros, valses o huapangos. José José, Roberto Carlos, El Pirulí, Carlos
Cuevas, Raphael, José Luis Perales, Rocío Durcal, Guadalupe Pineda y algunos
otros. Pero también escuchábamos los discos que habían comprado para nosotros:
los Pitufos, Juguemos a cantar, Parchís, un disco de Chiquilladas y el
extraordinario Cri Crí, disfrutado por gente de cualquier edad. De hecho ya era
adolescente y seguía poniendo de vez en cuando los discos del grandioso
grillito cantor.
Así que hay canciones que ni siquiera sé
cómo se llaman en sus versiones originales, pero puedo cantar grandes
fragmentos de sus versiones en español:
Ni hablar. Estamos condenados a los gustos
y disgustos de nuestros padres. Y a sus caprichos también.
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