El pasado lunes alrededor del medio día
comenzó a llenar las pantallas de las redes la escalofriante noticia de que a pleno
día habían aparecido cuatro cadáveres sobre la carretera que va de Toluca a la
Ciudad de México. Supongo que muchos pensamos que se trataba de otro ajuste de
cuentas entre bandas rivales. Nada nuevo en la realidad mexicana.
Al día siguiente se supo que los cuatro
muertos eran delincuentes. Rateros que habían realizado un asalto a los
pasajeros de un autobús y que habían sido asesinados por un “pasajero
justiciero”, ahora conocido como “el justiciero de la Marquesa”. Quien después
de matar a los cuatro delincuentes bajó por las cosas robadas y las devolvió a
sus dueños. Unos kilómetros más adelante bajó del autobús pidiendo a los presentes
que “le hicieran el paro”, es decir, que no lo delataran.
Al día de hoy se ha ahondado en el modus
operandi de una cierta banda dedicada a asaltar camiones, aunque podrían ser
varias. Del amigo justiciero nada se sabe. Al parecer los pasajeros han cumplido
el acuerdo con su vengador.
Creo que nadie en el país desea que lo
aprehendan. De hecho una aplastante mayoría aplaude su “hazaña”. Una de cal, el
regocijo momentáneo de una sociedad cansada de delincuencia e impunidad.
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