Un día de noviembre de hace tres años
recibí dos invitaciones para formar parte de una nueva comunidad de Google+.
Una comunidad que buscaba la solidaridad y el crecimiento mutuo entre los
blogueros que participaran en ella. Tenía un ideario y unas reglas claras y
sencillas basadas en la participación de sus miembros: publico mis escritos
pero estoy dispuesto a leer y comentar los escritos de los demás.
En otras palabras, buscaba darle sentido a
la palabra Comunidad literaria.
Un asunto muy sencillo, pero no para
todos. Mucha gente no aceptó las reglas y declinó la invitación. Otros sí, pero
al poco tiempo la abandonaron porque sus enormes egos no permitían que un
extraño les hiciera correcciones o sugerencias, tan acostumbrados a degustar
insípidos: guauuuu, wowwwww, maravilloso, increíble y demás adjetivos ramplones
otorgados en el afán de muchos creyentes del “sígueme y te sigo”, “di que te
gusta lo que escribo (no tienes que leerlo) y yo diré lo mismo de lo tuyo”.
Siendo así las cosas, sólo quedamos poblando
esa Comunidad virtual un pequeño número de personas, que al correr de pocos
meses habíamos comenzado a tejer una bella amistad. ¿De cuántos intercambios
poéticos fuimos testigos, de cuántos obsequios literarios?
Nos hicimos de una casa virtual. Un
santuario a veces (más de las que hubiéramos querido) perturbado por gente que
creía que esta era una comunidad como cualquier otra, sí, de esas donde todos
postean sus cosas y nadie lee las de los demás, de esas donde cualquier
fulanito invita a todos a pasar, compartir y comentar sus escritos. ¿Les suena
familiar?
Pero esta Comunidad sólo era una parte de
un proyecto mucho más grande. Ultraversal era un foro poético literario
gratuito donde si te decidías podías aprender a escribir, donde mucha gente aprendió
a escribir, donde muchos más crecieron como escritores. Un proyecto generoso y
desinteresado que daba a manos llenas.
El proyecto ha terminado. Estuvo vivo
trece años –decir vivo es usar el adjetivo adecuado– resistiendo todo tipo de
adversidades. Sólo los que formamos parte de él podemos saber todo lo que ahí
se vivió, todas las alegrías vividas y tragos amargos que trajo consigo de la
mano de mentes mezquinas.
Estoy triste pero también creo en la
eutanasia.
Flor Ultraversal. Ovidio Moré.
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