Sigo asociando la masturbación con algo
negativo, con algo sucio sería más pertinente decir. De la misma forma en que
no puedo ver una falda corta sin asociar a su portadora con una mujer fácil,
medio putona diríamos con los cuates. Está alojada en alguna parte de mi
cerebro esa pequeña e incómoda cláusula puritana que no he podido extirpar, así
me sienta orgulloso de mantener la mente abierta. Tengo mis prejuicios. Supongo
que todos los tenemos.
No puedo masturbarme pensando en ella. Me
gusta demasiado. Ya superó por mucho el gustarme. Se instaló en mi mente y me
ha enamorado, u obsesionado. Para el caso es lo mismo. La pienso en una imagen
de perfección irreal. No creo que puedas masturbarte con la imagen de la chica
de la que te has enamorado. Yo al menos no puedo, pero tampoco lo he intentado.
No sé si otros lo harán. Ella, ellas, con las que sueño, a las que quisiera
junto a mí, con ellas no puedo imaginarme poseyéndolas mientras me masturbo. Lo
que siento es algo parecido al amor, y eso, creo que es más puro y excluye la
masturbación.
La idealización que he hecho de su persona
no me permite usarla en mi repertorio de amantes imaginarias. Ni con esas
hermosas nalgas que tiene. Sí las he mirado, sí las he admirado, sí he deseado
tocarlas y sentirlas, y besarla mientras las tomo entre mis manos, apretándolas
suavemente; pero no puedo poseerla en mis rituales onanistas.
Al parecer todo lo aprendido de niño
permeó profundo en mí. Porque me fascinó verle las piernas en esa falda, con
esos tacones; de la misma forma en que me encanta que lo hagan las demás, que
aderecen bellamente los días con esos sublimes bocados de belleza. Pero una
punzada constante me jode también. “Una falda tan pequeña no la usa un chica de
bien, una mujer educada y con clase. Eso es digno de una mujerzuela que algo
andará buscando”.
¿Cuántas veces habré escuchado la puritana
cantaleta mientras crecía?
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