Levanté la mirada y ahí estaba, parada
frente al mostrador, esperando que la atendieran. No sé cuánto tiempo llevaba
ahí esperando, no me di cuenta cuando entró. La miré en un plano general pero
de inmediato hice el close up a sus nalgas. Eran unas preciosas nalgas dentro
de un pantalón de mezclilla en el que se veían maravillosas. Grandes y
redondas, muy lindas. Y eso que su dueña traía puestos zapatos de piso, aun así
se veían espectaculares. Dignas de la atención de cualquier hombre. Mientras
seguía leyendo a Kerouak, levantaba la mirada para continuar mirando esas
lindas posaderas. Hay cosas que deben ser admiradas, están dispuestas en el
mundo para que nos tomemos unos segundos y las contemplemos, y sólo con eso
seamos felices. Regresé los ojos a Kerouak y un rato después a ese pantalón con
sus lindas inquilinas. Luego de hacerlo la dueña de esas impresionantes nalgas
volteó. Me turbé un poco creyendo que volteaba a recriminarme con una mirada la
mía tan persistente. No se volvió a verme a mí, miró a la calle, pero al
hacerlo pude ver en sus ojos una tristeza enorme, una tristeza que no le cabía
en la cara y que se le salía por los ojos, como siempre pasa. Por sus pequeños ojos
tristes.
Aunque quizá no estuviera triste, quizá sólo tiene ojos tristes como
los míos. Y unas nalgas maravillosas.
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