Dice Fernando Delgadillo en una emotiva
canción: las copas que me tomé de más
llevaron mi alma a sus extremos y desbordaron mi felicidad. Me repuse con un
día de asueto pero el recuerdo permanecerá. En verdad se desborda la
felicidad pero si la borrachera es intensa se necesita de un día para podérsela
curar, como decimos en mi tierra.
Ya he contado alguna vez que de niño me
gustaban mucho las fiestas familiares, no sólo porque me reunía con mis primos
y nos pasábamos la tarde entera jugando sino porque debido a la ingestión de
alcohol todos mis tíos y mi abuelo se ponían en un estado muy feliz de bromas y
risas que disfrutaba mucho presenciar. Me gustaba ver la transformación que
sufrían, la forma como sus miradas serias mutaban en sonrisas fáciles de ojos
entintados de rojo.
Y es que en efecto el alcohol tiene la
facultad de llevar nuestra alma a sus extremos y sacar al individuo que
realmente somos; dormir los prejuicios y anestesiar la pena, para hacer, por
ejemplo, que aquel que siempre decía no saberse ninguna canción se pare y cante
y baile y haga un ridículo, porque el alcohol también nos duerme otras cosas
como la coordinación motriz y el habla coherente.
Y dentro de esas cuestiones de
transportación del alma hasta sus límites también he sabido de que lo que se
oculta en los recovecos de nuestra esencia y espíritu sale través de las manifestaciones “artísticas”
que podamos realizar. Por ejemplo, que estando bajo el influjo del alcohol, con
el alma suelta, podría escribir algo, digamos, más “profundo” que lo que podría
teclear estando totalmente sobrio.
Este asunto llamó mi atención. La
curiosidad me hizo preguntarme qué podría salir de una sesión de escritura o
pintura estando medio pedo. Sólo una curiosidad más.
Pero un día, tras una comida familiar con
copas de vino incluidas, después de unas 4 o 5 me llegó el eco de aquella
curiosidad. Así que encendí la computadora y me senté dispuesto a escribir.
Pero no pude. No pude escribir ni una palabra. Mi cabeza daba vueltas y me dio
mucho sueño, y no escribí nada. Nada.
Al menos pude comprobar que a mí no me
funciona eso de las sustancias detonantes de la creatividad. Necesito estar
sobrio, y cuando me embriago lo disfruto, y canto, siempre canto.
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