viernes, 23 de octubre de 2020

¿envidias?

Gabriel continúa hablando en algo cercano al éxtasis.

Los ojos de Marisa se posan de repente sobre algo que ha llamado su atención. Gabriel persiste en su monólogo sobre su admiración por John Lassetter y Andrew Stanton y sobre la genialidad de las películas de Pixar y cómo le dieron nueva vida a la animación, con más entusiasmo que el de los vendedores de tiempos compartidos cuando intentan asegurar cautivos en sus redes. Pero los ojos de Marisa han sido capturados, parece que no tuviera ningún interés por el cine, la animación o cualquier cosa que salga de la boca del todavía entusiasta Gabriel. Su atención fue secuestrada, mira algo que la ha asombrado y que hace que le cambie la expresión del rostro en una mueca entre fascinación y asco. Gabriel observa el cambio, con la peculiar mueca, y su vanidad lo hace voltear para investigar qué es eso que le ha robado la completa atención de su amiga. ¿Qué podría ser más interesante que la revolución de Pixar?

Al voltear, Gabriel ve a tres mujeres que parece acaban de entrar a la cafetería porque miran y señalan entre un animado parloteo las opciones que se ofrecen en la parte superior del mostrador.

–¿Pero qué no le da vergüenza salir así a la calle?

Gabriel, como cualquier hombre, no sabe a ciencia cierta a qué apunta el contundente comentario de su compañera de mesa, pero supone que tendrá que ver con las tres mujeres que siguen sin decidirse qué comprarán.

–¿No ves cómo viene vestida esa gorda? Con esa blusita pegada que hace que todas las lonjas se le marquen… y enseñando sus asquerosos brazos. ¿Por qué tengo que ver eso mientras como?

–Es como esas gordas en leggins, que nos les da pena andarse paseando así. Qué asco.

–Oye, que tengan tantita madre, tantita dignidad. ¿Y las otras dos tipas no podrían decirle que se ve asquerosamente mal? ¿Por qué la dejaron salir así?

–Igual y ellas no pueden ver eso. O les da pena decirle lo mal que se ve.

–Guácala.

 

Dicen que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Dicen que las mujeres juntas ni cuando son difuntas. Llegué a escuchar alguna vez en la publicidad de una obra teatral que las mujeres podían despedazarse pero jamás se harían daño, aunque a ciencia cierta no entiendo a qué se refiera la expresión. También dicen, que cuando el río suena es porque agua lleva, lo que me llevaría a pensar que bastante razón cargan las frases en cuestión, ya que todas apuntan a lo mismo. Que las mujeres, pese a todo, se ponen el pie entre ellas.

Y no hace falta esmerarse o poner demasiada atención para comprobar esta completa falta de “sororidad” entre el género femenino. Se puso de moda la palabra, desconozco si es un neologismo, pero de un día para el otro había inundado las redes sociales. Y sigue siendo el pan de todos los días en estos días de feminismo y reivindicación de derechos, de férrea lucha contra el acoso y el abuso. Pareciera que las mujeres tuvieran una consigna para juzgar de alguna manera a toda mujer con la que no tienen un lazo de amistad o familia, pero también a las amigas se les puede adjetivar utilizando el mismo código: la puta, la gorda, la mustia, la esquelética, la zorra, la fácil; la otra. Como si no bastara con lo que hablamos los hombres. Como si no fuera suficiente con el daño que les podemos hacer y que les hemos hecho.

Es como cuando escuchas a alguien escupir una diatriba patriótica y hasta cierto punto xenófoba, que enaltece las tradiciones de este país “tan lleno de cultura”, pero luego le dice pinche indio al pobre que pide dinero o al imprudente que pasó su coche frente al suyo sin consideración alguna. Pinche indio patarrajada, bajado del cerro a tamborazos. ¿Quién no ha escuchado el nombrecito? La misma lógica, la misma mezquindad.

No creo que haga falta el más elemental sentido común para saber que en el caso de un novio o esposo infiel la responsabilidad de la clandestina relación corresponde al hombre casi en su totalidad. Que es el hombre el que pareciera no puede dejar su pene dentro del pantalón y se empeña en acostarse con cuanta mujer le permita hacerlo, y a algunos sólo les queda el penoso recurso del pago por sexo, pero el caso es que el pene sale. Pero se acusa sólo a la mujer de haber sido la perpetuadora del crimen. La destruyehogares, la robamaridos, la puta (porque ese adjetivo no se desgasta pese al constante uso), la buscona y lagartona.

El Vivas nos queremos se guarda para los días de marchas y los aniversarios y conmemoraciones, para enarbolarlo cuando la moda nos lo exija, para compartirlo en redes como la bandera que se defendería con la vida. Vivas nos queremos, pero sólo a nosotras, importan demasiado poco las demás.

No vale si es mi hijo o hermano el acosador, el agresor, el abusador, el violador, el asesino; el que abandonó su hogar y a su hijo por simple irresponsabilidad. No vale si es mi esposo el infiel y si todas las pruebas apuntan a que me engañó porque quiso, y no porque una buscona lo acorraló, lo sedujo y abusó de él. Pobre hombre. ¿Qué me importa a mí que esa piruja haya quedado embarazada? No debió abrir las piernas. No vale ni un poquito, cuando hay que adjetivar de naca a la nueva pareja de a quien seguro no hemos dejado de querer del todo.

Siempre es más fácil culpar a la falda corta y a las altas horas de la noche, a la falta de compañía y a la toma de alcohol, a la libertad forrada con el papel del libertinaje. A que las mujeres decentes no harían eso, a que a las mujeres decentes se les respeta, básicamente porque ellas se dan a respetar. A que eso les ha pasado por putas. La que busca encuentra.

Al menos como sociedad, en este punto, estamos bastante unidos. Porque podría asegurar que si llego a una fiesta familiar o me paseo por el centro comercial para ir a ver una película de la mano de una chica con las características de Yalitza Aparicio, sería criticado de forma contundente. Que ¿qué hago con una india? Que si parece que vengo con la sirvienta. Que si no importa como vista la mona, claramente no se verá mona ante miradas educadas tan pobremente. Pero en tierra de ciegos… ¿qué más podría importar? Porque la doble moral deja salir los prejuicios cuando no pueden resistir más tiempo guardados, pero es precavida para proveer una respuesta decente y políticamente correcta en determinadas situaciones, como si acaso en la sobremesa aparecieran las voces idiotas contra Alexa Moreno y su complexión física.

La realidad es que Yalitza seguirá actuando, seguramente de la mano de directores del tamaño de Cuarón, pero los roles en los que la quieran incluir no se mueven más allá de la sirvienta, la comerciante de tianguis, la esposa del narco, la campesina. Porque puedes poner un poco de hollín a Thalía y escucharla en una ridícula habla supuestamente de pobre, pero no al revés. La gran señora, la rica, la media naranja del joven apuesto, esos no, esos arquetipos no son para ella por más premios que pueda seguir recibiendo.

Aunque debo ser honesto, no creo que el racismo, el clasismo y algunos prejuicios más sean los responsables exclusivos de la avalancha de odio que Yalitza enfrentó cuando le cambió la vida. La envidia es voraz y nunca se satisface.

            Y hablando de envidia, pienso que esa es la razón detrás de todas las críticas hacia las gordas que no tienen pudor por mostrar su cuerpo tal cual es. Que se pueden poner los pantalones que más les gusten, y sus blusas y vestidos predilectos sin importar si se les nota la panza, con sus lonjas e ¿imperfecciones? Cuando se supone que sus cuerpos no son estéticos y debieran avergonzarse de ellos y cubrirlos lo mejor posible.

            Pienso en mujeres que se aceptan tal cual son. Quizá no tienen la autoestima por los cielos, como escuché decir a alguien (Quisiera tener la autoestima de esa vieja para que no me diera pena salir así a la calle), pero poseen la sensatez de no sentir vergüenza por su cuerpo, ni tener que dedicarle un solo pensamiento a qué dirán todos sobre cómo se ven.

            Siento que tras cada queja sin sentido y que pegado a cada crítica a las vestimentas ajenas, habita un deseo inmenso por tener esa capacidad de no prestar ni un poco de atención a lo que van a decir “las demás” sobre ellas: envidia. Qué envidia saber que hay gente que está satisfecha con el cuerpo que tiene, mujeres con ese superpoder. Ver a esa gorda moviéndose por la vida sin tomar en cuenta cómo se mueven sus carnes o cómo se ven sus piernas; su única preocupación parece ser si pedirá un capucchino o un moka. Qué envidia tener esa libertad.

Y saber que ellas se tienen que conformar con esconder lo más que se pueda su cuerpo, y maquillar lo que hay con un sin fin de aplicaciones que les muestran lo que quisieran ser. Pero bueno, al menos pueden serlo vistas desde una pantalla.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario