viernes, 30 de octubre de 2020

Remembranzas de octubre

Me encanta el beisbol. Sobre todo el beisbol del mes de octubre.

Hace dos años hubo un juego de Serie Mundial que duró siete horas. Fue una experiencia demasiado emocionante que terminó después de las dos de la mañana. Una de mis tías, asombradísima, no cree lo que estoy contando y se preguntará cómo alguien puede pasar tantas horas frente al televisior –lo que en teoría no es complicado– viendo algo tan pero tan aburrido como el beisbol –es esta la parte extraordinaria del asunto.

Es una adicción, supongo, no poder dejar de ver cómo terminará el juego, así sean las tres de la mañana y al día siguiente me tenga que levantar temprano. Bueno, pero esa forma de vida va conmigo, tampoco abandono una buena reunión en lunes sin importar la hora que sea si me lo estoy pasando bien. Son momentos irrepetibles que bien valen una desvelada o una estruendosa cruda. Es cuando pienso en aquello de vivir como si fuera el último día.

De niño hacía lo mismo. Seguir viendo la televisión en ese emocionantísimo partido que no termina y que está empatado; los inings que se alargan y el tiempo no se detiene. La tele con el mínimo volumen y yo a menos de un metro de ella, tapando con mi cuerpo el resplandor que emite. En esos días era más complicado aguantar el sueño llegadas las once, y estaba también el asunto de no ser descubierto. Recuerdo bien octubre del 91 y a Jack Morris.

Ya he escrito alguna vez que es uno de los placeres de mi vida. Aunque también debo decir que si la mujer que me hace suspirar me llama, dejo cualquier partido para ir a encontrarla. Es la misma lógica, la posibilidad de una última noche siempre merecerá el tiempo de intentar hacer sonreír a quien se quiere. Y morir contento.

 



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