Tengo una fascinación casi perversa por
las mujeres en botas altas, o de cualquier tipo. Me late el corazón de
modo distinto cuando las botas son de tacón y llegan a las rodillas de su
propietaria. No importa la edad o la complexión de la mujer que las porte, me
importan las botas, son éstas las que realzan la presencia de esa mujer, las
que secuestran mi mirada. Mis caminatas en la calle o el centro comercial son
aderezadas por esas mujeres que gustan de usar botas, y mis ojos se pueden
perder mirando ése par de piernas terminadas en la punta de una bota.
Por tal motivo, disfruto más del otoño y
el invierno, estaciones propicias para que las féminas protejan su cuerpo con
unas sexis y funcionales botas altas de piel, de charol o gamuza. Aunque debo
decir que las botas de piso también me roban la mirada.
Ayer, mi vista fue atraída por esta mujer “embotada”.
Vestía unas muy sensuales botas negras de piel, de tacón intermedio, que
llegaban diez centímetros debajo de sus rodillas; una falda también negra un
poquito más arriba de esas rodillas y un suéter blanco que rozaba apenas sus
pequeñas nalgas. Estaba parada de espaldas a mí, por lo que sólo podía mirar su
cabello teñido de negro a la altura de sus hombros. En general se veía muy
bien. Una imagen perfecta para mis gustos.
No pude parpadear mientras me dirigía
hacía ella, concentrado en el vaivén de sus piernas y el movimiento de sus
estrechas caderas. Quería ver el rostro de esta mujer de afortunado vestir, y
aunque la imaginaba de más de treinta años, mis instintos la pensaban con un
rostro agradable, que hiciera el juego perfecto con ese lindo atuendo.
Desafortunada sorpresa me llevé a sólo
cinco metros de ella. Cuando volteó a mirar un escaparate pude ver que era una
mujer de quizá cincuenta años, con la cara muy deformada por lo que parecía ser
la huella de deficientes cirugías plásticas. Ojos, boca y nariz evidenciaban el
anhelo de la mujer por no envejecer, por seguir viéndose joven, por seguir
atrayendo la mirada y las ansias de algún voyeur, de algún amante de las botas.
Y debo aclarar que la decepción me la
dieron las marcas de vanidad en su rostro, no su edad. Me han hecho
contemplarlas mujeres de cincuenta años o más, aun si no usan botas en su
atuendo, con la simple belleza de su rostro.
Pero bueno, cada quien sus fetiches y sus
perversiones.
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