Hace algunos años en una reunión familiar,
el esposo de la mejor amiga de mi madre, un tipo que se las daba de gran
artista –en mi opinión estaba lejísimos de eso– me preguntó, después de que
interpreté una canción de Juan Gabriel –que en este momento no recuerdo– que si
a poco sí me gustaba la música de ese señor. Le respondí que sí. Me reviró el
pendejo argumento de que era gay –aunque no recuerdo si habrá usado el
peyorativo: maricón, pero supongo que lo pudo haber hecho– a lo que le dije
algo molesto: y eso qué tiene que ver con sus canciones.
Arguyendo a la verdad, a la verdad que
conozco, el punto de este “artista” era un argumento que escuchas muy seguido
si mencionas a Juanga o si suena alguna canción suya, seguramente coreada por
más de un entusiasta. “Pero es que es maricón”, “pues sí tiene buenas
canciones, pero es puto”, y más basura de personas con un criterio de mierda.
Yo conocí sus canciones poco a poco, mis
padres no eran tan entusiastas suyos, aunque sí compraron el álbum doble del
concierto en el Palacio de Bellas Artes –de hecho fue uno de los primeros cds
que tuvimos en la casa–. Pero ya conocía algunos de sus clásicos, parte de la
cultura popular de este país: Amor eterno, Costumbres, Querida, Caray, Se me
olvidó otra vez, Yo no nací para amar –que a mis 16 me acompañó en algunas
frustraciones románticas–.
Me enteré algunos años después de la
compra de ese cd que un grupo de
intelectuales mexicanos se habían arrancado los pelos de las axilas por
la indignación que sentían de que el vulgar Juan Gabriel fuera a presentarse en
Bellas Artes. Qué sacrilegio. En ese icónico concierto tuvo en el escenario al
mismo tiempo una orquesta sinfónica, un coro de cámara y un mariachi. Sólo él.
Recuerdo que en una borrachera llegamos a
una nueva casa a la que nos invitaron, y al revisar entre los discos encontré
el dichoso cd y pedí que lo pusieran. Como es mi costumbre –y la costumbre es
más fuerte que el amor– me puse a cantar todas las canciones del disco, y al
final, cuando nos retirábamos, alguien tomó el disco y me dijo que no olvidara
mi disco, que estaba muy chingón. Le dije que no era mío, que era de ahí y nos
despedimos.
Mi Juanga se fue dejando mucha música, música
para enseñar a nuestros hijos, para seguir escuchando y cantando mientras lo
podamos hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario