Creo que Michael Phelps es el último gran
héroe que nos queda. El gran superatleta que nos asombró con sus proezas en la
alberca. Sobretodo por lo que ha hecho en esta última cita olímpica, a la que
hasta hace pocos meses nadie pensaba que asistiría y de la que ha salido con 5
medallas de oro. No sólo fue a competir, fue a llevarse los juegos.
Siempre me pareció una tontería que se le
juzgara de forma tan tonta por aparecer en una imagen fumando mariguana. No le
veo nada de malo, podría haber estado patinando o jugando videojuegos;
tomándose un tequila quizá.
Armstrong y Pistorius ya enseñaron el cobre
como dicen en mi tierra. Derribaron con sus manos los pedestales donde los
habíamos puesto con tanta admiración. Los hicieron pedazos.
Armstrong era el superhombre por
excelencia, el triunfo de la voluntad contra las adversidades. Sólo un
testículo y una voluntad de hierro eran necesarias para hacer lo pensado
imposible. La caída fue estrepitosa. La vergüenza inmensa y la mancha
imborrable.
El asunto de Armstrong y de mis admirados beisbolistas me deja pensando que si tuvieron que pasar tantos años para que se
descubrieran sus engaños, pudiera ser que el tiempo nos traiga más decepciones
y desenmascare más impostores. Puede ser que Bolt o algún otro monstruo pierdan
la gloria que algún día lograron. Espero no pase, pero eso es ser demasiado
optimista.
La gloria es tan grande que parece que
deba llegar a cualquier costo. Como dicen por ahí: ganar como sea.
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