Pienso que la vida se parece demasiado a
un juego de futbol. Aunque ahora que lo escribo creo que es mas bien la
sociedad la que guarda la semejanza.
No siempre triunfa el mejor equipo, el que
mejor juega, el más ofensivo o el que se esmere en jugar sin trampas. De la
misma forma en que los cargos más importantes no los ostentan las personas más
íntegras y justas, las buenas personas sólo son eso, buenas personas, sólo
merecen admiración hipócrita.
El niño del padre más rico tiene más
posibilidades, mejores juguetes, maestros más preparados, facilidades para
destacar; como el Real Madrid o el Manchester United podrán recibir favores
arbitrales “por su historia” o adquirir a los mejores jugadores, despojando a
las nuevas estrellas de los clubes que los vieron glorificarse pero que ya no
les pueden pagar lo que dicta el mercado.
Si te cometen una falta que amerite el
cobro de un tiro penal puede ser que ninguno de los árbitros vea la falta y por
lo tanto no se sancione, pero también puede ser que éstos se hagan de la vista
gorda o que la virgen les habla y decidan no marcar la pena. Que marquen o no
marquen un evidentísimo fuera de lugar; o que el candidato a gobernar gane con
un clarísimo fraude pero el tribunal determine que no hay pruebas suficientes
para decir eso.
Y pareciera, que en ambos escenarios el
objetivo principal es engañar. Ahí vamos por la vida, como los jugadores en la
cancha, viendo de qué manera podemos engañar al árbitro: al maestro, al padre,
al policía, al jefe, a la pareja.
Cometiendo la falta y alzando los brazos,
sentenciando con firmeza que no hemos hecho nada, con mirada de inocentes
querubines, o dejándonos caer torpes en el área rival, tomándonos la cara como
si hubiéramos recibido un fuerte golpe en una farsa ridícula. Sosteniendo la
mentira aun si ya nos han descubierto, copiando el examen, haciendo trampa en
el juego, metiéndonos en la fila, robando al inocente, engañando y engañando. Tratando
de sacar ventaja cada que vez se pueda.
La ley del menor esfuerzo como máxima
principal inamovible: sólo hacer lo necesario, nunca algo más, y menos si no
sacaremos algún provecho de la acción. Ya hemos metido un gol, defendámoslo con
todos atrás; con el empate nos basta, dejemos de correr.
Vengarme del que me pateó pateándolo con
mayor saña o tomar revancha de quien me ha ofendido humillándolo, cosas como
esas, cosas de todos los días.
Y el fairplay como un mito más grande que
el espíritu santo. Como la justicia, pues.
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