Leyendo el último texto publicado por Gavrí Akhenazi, ilustrado por un muy bello dibujo realizado por su pequeño
hijo, me trajo instantáneo un dibujo hecho
por mi hijo hace ya un poco más de cinco años. Un dibujo que tengo aquí
en la mesa en la que escribo y que he mirado no sé cuántas veces, un dibujo que
hizo en el kínder con motivo del día de la familia, un dibujo, del que hasta
hace poco tiempo sé con certeza quienes son los protagonistas.
Yo pensaba que nos había dibujado a su
madre y a mí con él, y me había hecho muchísima ilusión que me hubiera querido
dar el dibujo a mí, siendo que ese fin de semana se había ido con ella.
Me aclaró hace poco tiempo, no recuerdo a
costa de qué, que los protagonistas en la hoja de papel somos Tamara, él y yo, incluso
me ha señalado los colores de la ropa de Tamara.
Así que mi pequeño hizo dos dibujos del
día de la familia, porque sabe muy bien –lo tuvo que aprender a sus tres años–
que tiene dos familias.
Por eso le hizo tanto ruido en la mente el
que su madre invitara a mis padres a su fiesta de cumpleaños de hace dos años y
le dijera que a mí no me podía invitar. Me preguntó muy incrédulo: “pero es que
no entiendo, si van a ir mis titos porque no puedes ir tú”. Ese día no supe qué
decirle, sólo pude cambiar de tema hábilmente, demasiado, porque ya no
regresamos al incómodo asunto.
Él entiende mejor las cosas. Y no mezcla
agua con aceite.
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