En muchas personas de mi generación se
manifiesta una estupidez inmensa impresa en una supuesta nostalgia tonta por
los maravillosos tiempos pasados, esos tiempos cuando éramos niños, no había tanta
tecnología y todo era felicidad. Días sin smartphones (me sigue cagando el
término) ni tabletas, donde los juegos eran colectivos no individuales.
La cosa es que todos esos juegos que
hacíamos o teníamos o jugábamos todavía existen, en algún rincón de casa, en
una tienda empolvándose o en la memoria de los que los jugamos divertidos.
Porque si nuestros juegos eran tan
maravillosos, en vez de andar lamentando estupideces, hay que enseñarlos a
nuestros hijos, jugar con ellos y descubrir maravillados como esos sencillos
juegos no han caducado. No pueden caducar porque guardan en ellos un encanto
mágico que los hará olvidar que tienen un celular lleno de notificaciones y
chistes pendejos.
Porque a mi parecer, los que no pueden
soltar el puto teléfono celular para dedicar el 100% de su atención a sus hijos
son los padres, pero siempre es más fácil echarle la culpa a la tecnología y
añorar esos hermosos años cuando todos “éramos” felices. Y seguirle dando la tableta al niño para que no dé lata.
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