Dice mi tía abuela Marcelina, en la
premesa del cumpleaños de mi tía Lola, mientras coloca unas frutas que ahora no
recuerdo en la mesa: los que quieran coger, cogen. Mis tías (Lupe, Gloria y
Chave) y yo nos miramos divertidos una fracción de segundo antes de soltar
tremenda carcajada que inundó el comedor, antesala de una serie de bromas que
hicimos a costillas de la inocente frase de mi tía, que también participa en la
“malpensada” risotada que hemos compartido. Y es lo ideal, que si uno quiere
coger, pues coja, aunque sería bueno que la otra persona también quiera.
Dicen que hay en el mexicano una forma de
hablar con doble sentido, pero no es una forma de hablar, será de escuchar, en
todo caso; de pensar. De encontrarle a las palabras que alguien dice una
connotación sexual, a veces explícita y otras muy rebuscada. Hay diversión en
hacerle ver al hablante que lo que ha dicho se puede malinterpretar de forma
muy divertida o muy vergonzosa para él, hacerle notar, por ejemplo, que
prácticamente está pidiendo que le introduzcan un pene en el ano.
Mi mente actualmente no puede dejar de ver
todo lo que escucho en ese modo vulgar, todo lo que llega a mis oídos puede
moldearse para hacer una guasa sexual, que dependiendo de la audiencia que me
acompaña decido si la expulso o me la guardo, junto con mi sonrisa pervertida,
aliada inseparable de mis chascarrillos albureros.
Pero yo no era así, me hicieron así. Será
que uno es medio naco y convive con otras personas más nacas, y todo fluye.
Aprendes a pensar todo en doble sentido cuando eres la víctima de los albures
de tus amigos que se carcajean a tus costillas, a veces sin que comprendas por qué
ríen, qué ha sido la causa. Si es que ofreciste las nalgas o aceptaste el pene
de alguien más. El que anda con lobos aprende a aullar, o lo que le puedan
enseñar.
Algún idiota que se cruzó por mi camino
alguna vez, decía muy orgulloso que él ya no albureaba hombres, porque le
habían explicado que eso era una posesión sexual verbal y simbólica sobre el
que se estaba albureando. Así que ahora sólo albureaba mujeres. Chico listo
aquel. El chiste del albur es ese, chingarte al compañero, por pura broma, por
joderlo. Aunque es cierto que de broma en broma la verdad se asoma. Por si las
dudas mejor sólo mujeres.
Otra chica, compañera de la escuela, nos
presumió una vez que su tío le había enseñado un verso para defenderse del alburero y
regresarle el agravio. El imbécil de su tío no vio que ese versito sólo aplica
para hombres: a alburear me la ganas pero
al burro se la mamas y a mí con más ganas. Luego de que orgullosa nos
recitara su escudo protector, un atrevido compañero le respondió: pues sí, a ti
sí.
Así que en la tierra de Cuauhtémoc hay que cuidar lo que se dice, no las vaya uno a dar.
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