Me creo un buen tipo. Me siento una buena
persona. Me considero un hombre inteligente, pensante. Creo estar totalmente
alejado de ser un hijodeputa, aunque también creo que al menos un poco de eso
está alojado en el ADN de todos.
He llegado a alardear con mis actos sobre
mi conducta progresista y openmind. He tratado de dejar en claro que no soy un
macho y que desprecio las conductas machistas y misóginas, aunque aún lucho con
algunos prejuicios. Le doy libertad a mi
mujer, dije sin pudor; con mi narcisismo alentando la triunfante frase. Tú no le das nada, tú (insignificante al
fin) no puedes darle nada, ¿quién eres tú
para darle algo, para darle libertad? Pensé que sólo era un error
semántico, que se debía a estar dentro de una sociedad netamente machista lo
que me había provocado escribir tal aberración: respeto la libertad de mi mujer (como muy pocos hacen), corregí.
(Porque soy un gran tipo, eh. Tiene suerte la condenada).
Supuestamente al dejarla ser, al dejar su
celular en paz, sus redes sociales intactas, sin tener necesidad de saber con
quien se escribe ni con quien chismorrea, de saber que va a donde quiere con
quien quiere cuando quiere, de invitarla a ir conmigo al cumpleaños de mi tía
para esperar si quiere o si puede hacerlo; de no celarla, ni checarla, ni
atemorizarla. De todas esas cosas que se supone que la “gran” mayoría de los
hombres no hacen. Supuestamente el respetarle todo eso correspondía a un asunto
de mi corrección como persona, de que creo que eso es lo correcto, de que ya lo
dije: soy un buen tipo; un gran tipo al parecer.
Pero no. Toda esa amabilidad en mi persona
es producto de mi narcisismo.
Es ese inamovible narcisismo el que me
mueve. Porque hay que dejar claro que no soy como los demás. Al menos en mi
mente.
Aunque, hay que decirlo, no jodo a nadie
con él.
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