Uno de los recuerdos más viejos que tengo,
de cuando vivíamos en aquella pequeña casa en la colonia Meteoro, quizá a mis
cuatro años, o a los cinco, no lo sé, es el de la víspera del cumpleaños de mi
madre. Íbamos a comprarle un regalo, por lo que mi padre nos pidió que
lleváramos nuestras alcancías para ver de cuánto dinero disponíamos para dicho
regalo. Yo tenía una alcancía muy bonita de un panda, creo, de plástico, con un
agujero abajo para poder sacar las monedas sin estropearla. Quizá estábamos en
la recámara de mis padres, recuerdo que vacié las monedas sobre la cama, no
tenía idea de cuánto dinero había dentro de mi alcancía pero sí recuerdo que mi
padre rió ante el poco dinero que tenía guardado; quizá mayormente pesos y centavos. Mis hermanos habrán hecho lo
mismo, pero eso no lo recuerdo.
Recuerdo que fuimos con mi padre a una
tienda de discos en el centro de la ciudad, en los portales. Recuerdo que
compramos un disco de José José, me parece que tenía una carátula blanca en la
que aparecía don José ahí parado, mirando hacia enfrente. No recuerdo cuando le
dimos el obsequio a mi madre, ni cuando le cantamos las mañanitas, ni abrazos
ni fiesta ni nada más. Pero tengo alojado en la cabeza ese borroso recuerdo de
la alcancía, las monedas y el disco blanco de José José.
Quienes me conocen saben que soy un
apasionado de sus canciones, que me gusta escucharlas y cantarlas, que son
parte importantísima de la banda sonora de mi vida. Mi gusto hacia esas
canciones nació en mi niñez, esos discos eran algunos de los que mis padres ponían
constantemente. Se podría decir que es un gusto que heredé de ellos.
La cosa es que ahora, muchos años
después, parece que a mi madre se le acabó el gusto por esas canciones. No sólo
eso, ahora las encuentra detestables. Parece que el que sean de mis predilectas
las ha vuelto malditas, indeseables. El hecho de que a mí me gusten ha hecho
que ella las desprecie.
Por qué, nunca lo sabré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario