Al parecer hay mucha gente atraída por la idea fantástica de
querer ser escritor. Y en este mundo donde al parecer también, lo único que
hace falta es pedirle al universo que conspire a nuestro favor y pensar
positivamente para convertirnos en el nuevo Alan Moore, Xavier Velasco o J. K.
Rowling. Un mundo, de igual forma, en el que cualquier individuo con la
bendición y admiración materna cree que puede postear y difundir lo que le sale
de las tripas como si fuera una obra maestra, así no cumpla con las mínimas
reglas del español (sea castellano, español mexicano o español argentino); y
además, se ofenda cuando alguien le señala la falta de calidad en las letras
que pudo juntar en el procesador de textos.
Pues así es, en esta realidad de likes y de limosnear que se
comparta tu escrito o poema, la aspiración de muchos (a dios gracias no de
todos) es ser escritores, y, por consiguiente, escribir un libro.
Sólo puedo hablar desde mi realidad, con toda mi miopía y
“amarguez”. Desde lo que veo y desde lo que he vivido. Desde mi mediocridad.
Cuando empecé a escribir con regularidad (me puse como meta
publicar semanalmente), cuando abrí este blog, yo no quería escribir un libro
ni ser escritor. Yo sólo quería escribir. Quería decir lo que pienso, hablar de
lo que creo, lo que sé, lo que he vivido; en una especie de satisfacción
onanista: por el puro placer que me generaba. Seguramente es esa falta de
ambición que tanto enfada a mi madre la que no me permitía anhelar nada más que
poder cumplir conmigo al tener algo nuevo que postear cada semana.
El libro llegó sólo. Como llegan los buenos amores. Sin buscarlo.
Ha dicho alguien que para escribir sólo hay que tener algo que decir, al
parecer yo lo tenía. Así que ya puedo morir habiendo plantado un árbol, teniendo
un hijo y escribiendo un libro. Puedo morir en paz. Realizado.
Y, de lo de ser escritor, no creo que lo sea. En todo caso seré un
escritor mediocre, que es mejor que ser un mal escritor. O al menos eso creo.
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