—Qué lindo
tu hijo, ¿Cómo se llama?
—Messi.
—Pero Messi
es apellido, ¿Por qué no lo llamaste Lionel?
—Porque
Lionel suena muy común.
—Pero el
padre de Messi es fan de Lionel Richie, por eso lo llamó así.
—¿Y eso qué?
—Ni siquiera
castellanizó a "Layonel" como comúnmente hacen con
"Maycol", "Yeison" o "Makiver".
—¡LIONEL
SUENA MUY COMÚN DIJE!
Suena muy común y es obvio que mi hijo, por el sólo hecho
de ser mi hijo, no lo es (aunque yo lo sea). Creo que esta es la premisa que mueve a muchos padres
en la actualidad al buscar un nombre para sus juguetitos, digo, para sus hijos.
Pero creo que hay una relación muy cercana entre aquellos que tratan a sus
retoños como juguetitos y los que escogen nombres excéntricos, por no decir,
ridículos, para sus vástagos.
Hace pocos días leía en el periódico que en la Ciudad de México se habían llevado a cabo más de dos mil
juicios para cambio de nombre (aunque no especificaba en cuanto tiempo), muchos de ellos propiciados por el acoso que
sufrían los portadores de tan peculiares motes con que fueron dotados. Pero es
que una niña prietita y fea que se llame Princesa, Laidydi o Princesa Leia en
este país tan racista y clasista, que vende tantos tratamientos de aclaramiento
de piel, es como que quisieras que tu hijo sufriera. Quizá por aquello de que
los que sufren se crecen al dolor y al sufrimiento. ¿Será?
Me dirán que cada persona está en su
derecho de poner el nombre que quiera a su hijo, y yo respondería que sí y que
yo también estoy en mi libertad de burlarme de lo que me dé risa. Pero en este
caso no creo que un pendejo tenga derecho de joderle la vida a un chamaco que
nada puede decir al respecto, y que quizá, a pesar del cambio de nombre quien
sabe cuántos años después, pudiera quedarle el daño psicológico jodiéndolo para
muchos más años. Y además, puede cambiar de nombre pero el apodo de la
ridiculez aquella lo puede seguir persiguiendo hasta que muera.
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