Hace algunos domingos, estando solos Gil y
yo, disponíamos de poco más de una hora para que tuviera que llevarlo a casa de
su madre. Nos encontrábamos sin tener qué hacer ya que nuestros lupillos estaban
ausentes. Tampoco había nadie en casa de mi tía Chave. Tras pensarlo un rato,
decidí que fuéramos al parque que está atrás de casa de mi tía con las canicas
que había comprado con anterioridad. Recordé que las traía en el coche.
Resultó ser una gran idea. Pasamos un rato
muy divertido jugando a las canicas, sólo los dos, como tantas otras veces
jugué a eso con mi hermano.
En el lugar donde jugábamos hay un módulo
de juegos que instaló el gobierno local hace algunos años en todos los parques
de la ciudad. Tiene resbaladilla, columpios y una cuerda cuadriculada para
subir a la parte superior, desde donde se tira uno por la resbaladilla. Tras
varios juegos de canicas ideamos otros más usando el módulo de juegos que
estaba junto a nosotros.
Nos divertimos más cuando aventábamos las
canicas por la resbaladilla desde abajo, las lanzábamos a la parte superior y
éstas al bajar danzaban sobre la
superficie cilíndrica del juego haciendo diversas piruetas. Debajo dibujamos
varios círculos en la tierra esperando que las canicas cayeran dentro de alguno
de ellos. Cada círculo tenía un valor distinto.
El cielo de la fotografía es de ese
afortunado día. De esa feliz tarde. En que con sólo unas cuantas canicas
pasamos un momento muy feliz, juntos.
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