Mi madre siempre nos habló pestes de los gatos. Creo que llegó un momento en que en verdad los consideré emisarios de Satanás, seres malignos con infames intenciones. Lógicamente, enemigos de los perros, tan buenos amigos nuestros.
Mañana hará dos semanas en que vi por
primera vez a ese gato pardo asomado por la ventana mientras escribía. Voltee
por la necesidad que se siente de mirar quién te está clavando la mirada en la
nuca, aunque pocas veces se sabe que es por eso. Me sorprendió ver un gato. Un
gato que me miraba con curiosidad científica, su mirada imperturbable. Me quedé
mirándolo unos segundos. No le tomé importancia y regresé a teclear esas
palabras que me estaba costando tanto trabajo acomodar. Unos minutos después
viré la cabeza otra vez para ver si el visitante permanecía en su sitio, ya se
había ido.
Seguí peleándome con las palabras y los
enunciados. A veces la batalla dura mucho más de lo que quisiera, y no sirve de
nada distraerme un poco con una revista o redes sociales, al volver al procesador
sigue el amontonamiento en mi cabeza. Pero mientras lidiaba con los vocablos
volteaba cada determinado tiempo para ver si el felino visitante había
regresado. Fui consciente de hacerlo la tercera vez que giré mi cuello sin
encontrarlo.
Tres días después estaba sentado frente a
la computadora nuevamente. Ahora las palabras fluían con relativa facilidad,
sólo me demoraban mi dislexia y mi obsesión, que me hace regresar sobre el
párrafo hasta cambiar el orden de las letras mal puestas. La mirada del minino
estaba puesta otra vez sobre mi cuerpo sentado, me estaba mirando cuando voltee
a verlo tras sentir que debía hacerlo. Nuestros ojos coincidieron un rato hasta
que decidí seguir, no fuera a ser que las celosas palabras vieran con malos
ojos mi atención en otra cosa.
Pero esta vez el pequeño animal decidió
quedarse más tiempo ahí junto a la ventana, acompañándome. Las tres veces que
volví a girar la cabeza hacia donde reposaba lo encontré haciendo lo mismo.
Creo que le sonreía cuando nuestros ojos volvían a coincidir.
Debe ser una sugestión mía, nuestras
mentes son tan débiles y fácilmente confundibles, pero hace dos días que no
aparece el maldito gato y no he podido escribir. Por más que trato de darle
vuelta al asunto e intentar concentrarme, no puedo hacerlo. Volteo y volteo
cada cinco minutos hacia la ventana sin encontrar a quien había bautizado como
Buk, en honor a mi admirado Hank.
Pero no aparece Buk, ni tampoco un párrafo
decente en mi página virtual. Y eso que compré una lata de Whiskas y se la
serví en un platito. Tampoco mi madre me ha venido a visitar.
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