Estos son los días de las Kardashians y los Malumas, del pendejismo universal y autoproclamado, de la fama de los likes y los estúpidos, donde en una Feria del libro el libro más vendido es el de un yutuber llamado Germán, quien sólo ha transcrito las banalidades que dice en la pantalla a las páginas de un adorado ejemplar, seguramente con un negro de por medio. Un decadente mundo donde la inmediatez parece ser el valor más valioso.
Decía Umberto Eco hace algunos años que: Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles.
Nada más cerca de la verdad, de la realidad que vivimos. Una red donde además no se puede razonar, porque las hordas de idiotas hacen montón para atacar al que se pasa de listo y si no se tienen los argumentos para ganarle ha de ser mediante los insultos y las mofas.
Eco también dijo que: el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad. Y al leer esto pienso en todos esos yutubers, influencers y otro tipo de fauna moderna que aparece a un mínimo parpadeo. Pero es lógico, idiotas hablando para idiotas, cómo podría ser de otra manera.
Y para acabarla de chingar, esa legión de idiotas cree que debe escribir supuestas frases ¿buenas? ¿bellas? ¿ciertas?, de mierda sería más preciso decir. Se creen tan poseedores de la verdad que deben tratar de inmortalizar "su idea", una idea que otros miles de la horda también plasmaron con más o menos acierto.
Porque en el mundo de lo banal cualquier banalidad vale. Y al parecer mucho.
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