Decía hace poco que ahora cualquier idiota se siente poeta, porque
con eso de que todos tenemos algo de poetas y locos, pues estos dechados de
poesía tienen que plasmar las insípidas y choteadas letras que las musas les
llevaron a través del plagio y la repetición de otros poetas del internet.
Creo que no exageraría si dijera que hay miles de frases que
redundan en una misma idea: repetida, rebuscada, interpretada o
malinterpretada, plagiada. Ahhhhh, pero es que cada alma poética debe decir eso
que siente, y como se trata de un ser único e irrepetible pues debe plasmar la
mierda que se le desparrama por todos los poros.
Uno de estos ilusos se nombraba “el poeta prohibido”. Y al leer su
basura sólo piensas en obsequiarle las definiciones de prohibido y de poeta
para que al menos tenga a mano la información que le haría ver lo imbécil que
se ve nombrándose así. He visto recién alguna postal suya compartida y veo que
ya no lo hace, imagino que alguien más (juro que no yo) se habrá burlado del
ridículo apodo.
Es que en este mundo de Kardashians y Malumas donde todos quieren
ser famosos sin tener un mínimo de talento ni hacer algo que valga la pena, es
lo más lógico, sólo que un amargado de mi tamaño no puede entenderlo. No puedo
entender la belleza de reescribir una basura repetida hasta el cansancio y
ponerle mi nombre abajo, como si de La noche estrellada se tratara.
Pero es que bien dice Iñárritu en Birdman: la fama es la prima
puta del prestigio.
Pocas horas después de que terminara de escribir esta diatriba, mi querido amigo, el escritor Gavrí Akhenazi, publicó en su blog algo hermanado con mis letras como si hubiéramos ido a las portátiles luego de un palabreo feliz acompañados de unas buenas cervezas. Él, más claro y menos rebuscado, con un toque de ironía para que usted sonría. Aquí el fragmento:
Cuando estoy solo me gusta leer. Leo o escribo. Generalmente leo. Es un vicio insoslayable. Por el mundo, voy y vuelvo con libros. Eso del tacto sobre papel y el olor a página en el bulbo olfatorio es un hecho inefable. Hay una cierta ebriedad en lo de estar sumerso en ese combo que es, también, parte esencial de la literatura.
Suelo leer en la Red. Algunas veces lo hago con fruición y la mayoría, con espanto.
Las editoriales sostienen que “la poesía” o sea, editar libros de poemas, ya no reporta ningún tipo de beneficio económico porque nadie lee poesía y la poesía actual es un sujeto extraño, un sujeto social que pinta a un hombre momentáneo, que ha perdido su trascendencia y se limita a una satisfacción mezquina y primitiva. «Teta, concha, culo, sufro», suele decir uno de mis amigos, filósofo y escritor paraguayo*.
En realidad, todavía quedan ghettos en la Red de buena poesía a los que las plataformas sociales no han terminado de avasallar con sus tsunamis de hobistas poéticos.
Si las editoriales debieran apoyarse en los criterios de la Red, la poesía sería la primera literatura en el ranking de ventas, luego de las frases de autoayuda sobre estampas de paisajes en un compossé sentimental, por aquello de que la imagen vale más que la palabra.
Hay más poetas que hongos. Los hongos por lo menos no se dicen hongos a sí mismos. Los poetas sí y los que los rodean, también. Eso es lo peor. Cualquiera es poeta según la Red.
Con ese criterio estadístico, las editoriales tendrían material para recuperar viejos esplendores temáticos, inundando el mercado de libelos espeluznantes que seguramente venderían tanto como «Cincuenta sombras…» y competirían de igual a igual con horrísonas sagas de vampiros, zombies y otros espantos que harían huir a Mary Shelley con los cabellos en llamas y a Lovecraft revolcarse en su tumba.
¿De qué modo la poesía escrita no vendería si cuatro azarosas palabras copy paste de miles de igual tenor, cosechan likes por carradas? Todos esos fervientes y dispuestos seguidores del poeta en cuestión, deberían correr a comprar sus libros, dada la inconmensurable cantidad de alabanzas que sus aportes a los muros de las redes sociales reciben como maná virtual.
*Silvio Manuel Rodríguez Carrillo.
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